El ejercicio de un pragmatismo extremo en el poder y el manejo de la caja pública le brindan al gobierno la posibilidad de generar una verdadera catarata de anuncios con profundos golpes de efecto. La oposición siente que esos golpes la ponen al borde del KO. Para colmo, sus propias miserias no ayudan a construir una verdadera alternativa. No fue casualidad que Cristina confirmara su aspiración a ser reelecta en el mismo acto en que anunció el plan “Televisores para Todos”. La estrategia es clara y contundente.
El kirchnerismo, que se apoderó de gran parte del espectro del electorado, dejó en manos de la oposición banderas importantes, pero que a pocos interesan: promesas de respeto a las instituciones republicanas, un manejo menos autocrático y más equitativo de los fondos públicos, proyectos de reformas tributarias, son algunos de los ítems de campaña de la oposición.
Parecen temas pensados para países como Suecia o Noruega. No para la Argentina. Por estos rincones del mundo, a los “Televisores para Todos” no hay con qué darles -a decir verdad, lo mismo ocurriría en otras sociedades supuestamente más desarrolladas-.
Hasta la muerte de Néstor Kirchner, los opositores contaban con una carta fuerte a la hora de enfrentarse. Ellos se erguían como los supuestos garantes del diálogo ausente en el país. Sin embargo, radicales, peronistas disidentes y Socialismo-Proyecto Sur, se pelearon antes de comenzar a dar batalla. La promesa de ser los garantes del consenso terminó hecha jirones.
El kirchnerismo sabe que, en estos momentos, el consumo se transformó en una bandera de campaña inexpugnable y que lo demás, poco importa. Tanto es así, que los opositores ni siquiera se atreven a hablar demasiado de la inflación creciente en el país, por el riesgo ser rotulados como “ortodoxos” o acusados de proponer en “enfriamiento noventista” de la economía.
Resulta paradógico, pero así como en los noventa los opositores eludían hablar de romper el uno a uno que aniquilaba la competitividad argentina, hoy evitan hablar demasiado de la inflación que hace trizas la posibilidad de crecimiento real de un país fuertemente beneficiado por el contexto internacional.
El poder del consumo
Encuestas realizadas durante los últimos años demuestran claramente la incidencia de la capacidad de consumo de la población en las preferencias electorales. Y el fenómeno se incrementa en los sectores de menor nivel socioeconómico.
Un informe publicado por Nicolás Solari, analista senior de Poliarquía Consultores, revela que Cristina Fernández recoge, en una escala de 0 a 10, una valoración de 7 entre quienes tienen instrucción primaria, de 6.2 entre quienes cuentan con instrucción secundaria y de 5.7 entre aquéllos con formación terciaria o universitaria.
La misma encuesta descubre algunos aspectos de la relación existente entre el nivel de consumo de la población y su apoyo al kirchnerismo. En efecto, a partir de la definición de tres tipos de consumidores (de baja, media y alta intensidad), es posible determinar que a medida que crece el nivel de consumo, aumenta el apoyo al gobierno.
De esta manera, -plantea Solari- entre los consumidores de baja intensidad, la Presidenta logra una valoración de 5.5, puntuación que sube a 6.7 entre los consumidores de intensidad media, para alcanzar 7.4 entre los consumidores de mayor intensidad.
Pero lo más interesante surge al vincular consumo y nivel de instrucción. En efecto, se observa que la Presidenta obtiene su mayor nivel de adhesión entre la población con instrucción primaria y alto nivel de consumo (8.3), mientras que su peor valoración la recoge entre aquellos con instrucción terciaria o universitaria y bajo nivel de consumo (4.2).
En definitiva, a mayor consumo entre los que menos tienen, mayor cantidad de votos para el gobierno. La ecuación es irrebatible, aunque pocos se pregunten si a los que menos tienen se les está brindando la posibilidad de consumir lo que realmente necesitan. Resulta antipático decir que tendrán televisores de última generación familias a las que el Estado no les brinda, siquiera, el servicio de agua potable. Pero esa es la verdad.
Pero el mayor consumo no sólo puede convencer a personas pobres o poco instruidas. Habrá que ver qué ocurre en la próxima elección a Presidente, pero da la sensación de que amplios sectores vinculados con el campo ya no miran al kirchnerismo como el enemigo número uno. Endulzados por las ganancias de la soja, muchos preferirán votar por la continuidad y no por el cambio. Claro que no lo dirán abiertamente. En definitiva, a Menem nadie lo había votado en 1995, pero obtuvo el 50{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los votos.
En definitiva, potenciar el consumo es el mejor negocio para el kirchnerismo. Y frente a estas circunstancias, a la oposición les quedan cartas prácticamente irrelevantes para jugar.
Sólo un imprevisto o una tragedia podría cambiar este escenario. Porque a los “Televisores para Todos”, no hay con qué darles. El kirchnerismo sabe lo que hace. La oposición, no sabe exactamente qué hacer.