En una ciudad donde muchos malgastan su tiempo hablando y juzgando lo que otros hacen.
Esta mañana murió alguien que se dedicó a hacer.
Se fue el cura Rosso.
Y aunque a sus ochenta años su muerte era sólo cuestión de tiempo.
Parece mentira que ya no esté entre nosotros.
Su hablar apresurado sigue retumbando en los oídos de todos.
Hacé el ejercicio. Cerrá los ojos y seguramente te vas a dar cuenta de que recordás su voz a veces ronca, a veces casi incomprensible.
Es que hay voces que pasan, que son difíciles de retener.
Y otras pocas que quedan marcadas a fuego en la memoria de todos.
Como suele suceder con los que hacen
Hubo quienes al cura Rosso lo admiraron tan profundamente que hoy lo consideran lo más parecido a un hombre santo.
También están los que simplemente se encargaron de criticar su obra.
Para ellos su tarea estuvo teñida de demagogia y hasta de cierto grado de irresponsabilidad, como cuando ayudó a decenas de familias a construir sus casas de material en terrenos inundables.
No soportaba las habladurías, la burocracia y la ineficacia de los políticos.
Pero dialogaba todo el tiempo con ellos, porque sabía que no le quedaba otro camino para encarar su lucha contra los ranchos.
Sabía también que ésa era una pelea perdida o, al menos, desigual.
Pero alguien tenía que dar esa batalla.
Por cada casa que levantaba el Movimiento,
se sumaban más y más ranchadas.
Aun así, sería bueno preguntar
cómo sería hoy la ciudad de Santa Fe
si el cura Rosso y su Movimiento no hubieran hecho lo que hicieron.
La palabra POBRE aparecía en cada una de sus conversaciones.
Era casi una muletilla.
Y los POBRES confiaban el él.
Percibían claramente que no los estaba usando, que no los estaba estafando.
Al cura Rosso se lo veía en pleno centro, en los lugares más exclusivos, y también en los barrios sumidos en la miseria.
Le daba igual hablar con un pobre
o con la persona más poderosa.
A todos se dirigía de la misma manera y no buscaba congraciarse con ninguno.
A los pobres les exigía que trabajaran, que estudiaran y que no se autoexcluyeran.
A los poderosos les reclamaba que aprendieran a mirar más allá de su propio mundo.
Se fue el cura Rosso, aunque su voz y sus palabras seguirán retumbando durante mucho tiempo.
Se fue alguien que dedicó su vida a hacer, mientras otros malgastan sus días hablando y criticando a los que hacen.
Se fue el cura Rosso, y aunque sus discípulos continúen con su obra, todos saben que él será irremplazable.
Y eso duele. Al menos a los que quedan.
El murió como vivió. En paz.
Un premio grande. Un premio merecido.