Cuando Fernando Pomar, su esposa y sos dos hijas partieron desde su casa rumbo a Pergamino aquel sábado 14 de noviembre, ni siquiera imaginaban que en pocas horas no sólo iban a perder sus vidas, sino que además estaban a punto de quedar atrapados en algunas de las tantas telarañas que desde hace demasiado tiempo mantienen al país asfixiado.
El ego argentino nos lleva a buscar explicaciones lejanas y siempre ajenas para nuestros males eternos. Y las hay de todo tipo.
Existen aquellas con un toque trágico que responsabiliza a una suerte de extendido y tácito pacto internacional a través del cual gobiernos malignos han decidido que a la Argentina no le puede ir bien.
Las hay históricas, entre quienes afirman que los males del país nacieron a partir de la extraña conjunción de italianos y españoles brutos que llegaron para mezclarse con una masa de criollos poco amantes del trabajo. Para ellos, la fórmula no funcionó y este crisol argento de razas sólo puede llevar al país hacia un mar de desdichas.
Que fueron los peronistas. Que fueron los radicales. Que fue la oligarquía. Que fueron los militares. Si fueran menos corruptos. Si dictaran mejores leyes. Si los jueces trabajaran. Su aumentaran las penas. Si mataran a los que matan. Si el Diego fuera presidente. Si Carlitos volviera…
¿A nadie se le ocurre pensar que, tal vez, seamos mucho más ineptos de lo que creemos? ¿No sería más sencillo preguntarnos primero si nuestra inteligencia y nuestros talentos son realmente tan exquisitos como suponemos? ¿No será que nuestra soberbia y nuestra ineptitud son tan obscenas que terminamos creyendo que ser corruptos es de inteligentes, que denunciar a los ladrones es de “botones” y que las leyes están para ser violadas?
Como con los Pomar, ¿no sería mejor comenzar por las preguntas más simples, obvias y cercanas, en lugar de buscar culpas lejanas?
Los Pomar estaban allí, pero la ineptitud de quienes debían buscarlos transformó un accidente en un una trágica historia de enredos que terminó desnudando algunas de las tantas telarañas que mantienen al país asfixiado.
Tres días después de aquel sábado 14, un par de vecinas decidió asumir un rol protagónico y dijo que, en realidad, el matrimonio de los Pomar estaba terminado, que hacían terapia de pareja, que el padre de la familia era un fracasado y estaba desocupado.
El problema no fue que estas vecinas aburridas dedicaran su tiempo para hablar del tema. El problema es que allí estaban algunas de las principales cadenas nacionales de televisión repitiendo absolutamente todo lo que ellas decían. No hubo filtros, no se chequeó la información. Nada importaba, ni siquiera la posibilidad de que al drama de la muerte se le estuviera sumando la desdicha de un nombre mancillado.
Y llegó la policía. La misma que cuando se trata de investigar a un poderoso difícilmente filtra información. La misma que se encarga de diseminar cada detalle del caso cuando el protagonista de la investigación es uno de los tantos Pomar que andan por allí.
Dicen que debían plata. Trasciende que el padre tenía vinculación con el narcotráfico por ser técnico químico. Que había comprado un arma. Que era violento. Que al perro lo mataron. Que el perro no era. “Es una causa llena de pistas falsas y una certeza: que la familia de Luis Fernando Pomar no dice todo lo que sabe”, llegó a señalar uno de los investigadores.
Pero los Pomar estaban allí, simplemente aguardando ser encontrados. Algunos ineptos no fueron capaces de hacerlo. Otros, se encargaron de repetir cada una de las locuras que a una vecina aburrida o a un policía ineficiente se les ocurrió divulgar.
Sería mejor comenzar por las preguntas más sencillas, hacer autocrítica y aceptar responsabilidades. De lo contrario, la próxima banquina continuará estando demasiado cerca.