La verdad es que se trata de un tema difícil.
La muerte del correntino Hernán González Moreno puso a quienes hacemos periodismo en la incómoda situación de tener que hablar de alguien que, de alguna manera, estuvo vinculado con los medios de comunicación. No queda del todo claro de qué forma, pero lo hizo.
Siempre es más sencillo informar sobre los otros. Siempre es menos incómodo hablar de lo que les ocurre a los políticos, a los empresarios, los maestros o los sindicalistas, sólo por mencionar algunos ámbitos que suelen ocupar una porción importante de las noticias publicadas en los medios de comunicación.
Y como si no fuera suficientemente complicado informar sobre un supuesto colega, en este caso se suma el hecho de que Hernán González Moreno está muerto. No importa si él jaló el gatillo o si, como todos comenzamos a sospechar, la mano homicida perteneció a otra persona vinculada con algún tipo de poder afectado por lo que este joven de 28 años hacía o sabía.
Siempre es un riesgo hablar sobre alguien que acaba de morir. No sólo por quien ya no está, sino sobre todo por los familiares o amigos que quedaron. Estigmatizar a las víctimas suele ser un error que se paga demasiado caro.
En este caso se suma un elemento más. A la mayoría de los periodistas les suele molestar, y mucho, que se hable de quienes se desempeñan en esta profesión. “No hay nada peor que hacer periodismo de periodistas”, es la frase que suele replicar entre colegas.
La alternativa más sencilla, entonces, sería no hablar del tema. Lo más simple, entonces, sería que continuemos hablando de la corrupción en la política, en el sindicalismo o en el mundo empresario.
Sin embargo, el periodismo se debe una autocrítica profunda. Los periodistas nos debemos una autocrítica profunda.
Todo indica que Hernán González Moreno no era periodista. Ni siquiera parece haber sido un empresario periodístico, como él mismo se presentaba. Se sabe que era la voz del gobierno provincial y que por él debían pasar todos aquellos comunicadores o medios que pretendían recibir alguna pauta publicitaria de la Gobernación. Comienza a trascender que, en realidad, los medios que en apariencia manejaba se sustentaban con dineros que no le pertenecían. Eran de otros.
La muerte de este joven debe ser repudiada e investigada, para que los culpables paguen sus culpas. Y el periodismo debe ejercer una autocrítica.
Como primera medida, debemos aceptar que lo que se comunica a través de la prensa es apenas una porción de la verdad. Todos los que informan, en mayor o menor medida, están condicionados por la publicidad que reciben (sea oficial, sindical, política o privada) y por la postura ideológica o intereses empresarios de los medios en los cuales trabajan (que a su vez también dependen de la pauta publicitaria y tienen el derecho de expresar su posición ideológica).
Con el desarrollo de las nuevas tecnologías el poder informativo de los grandes medios ya no es absoluto, pero aun así continúan siendo la verdadera y más efectiva usina comunicativa. En general, los periodistas trabajan para esos medios. Cobran sus sueldos de dichos medios. Es así como mantienen a sus familias.
Algo similar ocurre con los periodistas independientes. También ellos viven de la publicidad, sobre todo en el interior del país, donde difícilmente se encuentre un número importante de empresas capaces de pagar sueldos acordes al trabajo realizado.
El poder lo sabe. Y por eso se suele utilizar la publicidad para presionar, para “premiar” o “castigar” a medios y periodistas “amigos” o “enemigos”.
En este contexto, los medios y comunicadores suelen verse obligados a aceptar reglas que no establecen. Es la única alternativa para acercarse al equilibrio entre el deber informativo y la necesidad de sustento económico.
Pero más allá de la postura adoptada por el poder y de las reglas de juego que no siempre son las mejores, existen periodistas que se ofrecen a jugar este juego. Incluso, suelen ser ellos los que plantean dichas reglas. No importa qué se informa. Son una suerte de mercenarios que suelen cotizarse más de lo que valen ante aquellos que necesitan acallar informaciones y echar a rodar mentiras útiles para intereses espurios.
Como existen pseudo abogados, pseudo médicos, pseudo gobernantes o pseudo jueces. En cada una de las profesiones suelen adoptarse posturas corporativas que terminan convirtiéndose en un premio para quienes hacen las cosas mal. Lo mismo pasa entre los periodistas. Nos debemos una autocrítica. Aunque moleste. Aunque resulte incómoda y hasta riesgosa.
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