Desde hace dos años vivimos con agobio, cansancio y tensión casi permanente.
En la Argentina no parece haber paz. En realidad, no sé si alguna vez la hubo.
Sin embargo, siempre es el presente el que más nos pesa.
Tal vez porque al pasado lo conocemos o lo recordamos -con mayor o menor exactitud-, pero al presente lo vivimos. Es hoy, y por eso sentimos que pesa todavía más. Lo disfrutamos o sufrimos. Es la brisa calma o el viento huracanado que nos pega en el rostro.
Tal vez suene demasiado pesimista o hasta dramático. Puede ser. Son días, son momentos.
Pero insisto en que hace un par de años que vivimos enfrentamientos permanentes. Que nunca acaban.
Más aún, se profundizan. Y es que en cada “batalla” parecen reabrirse las heridas de los choques anteriores.
Que el campo, que la Iglesia, que el vicepresidente, que Clarín. El país parece un barco que navega frente a una tormenta que ermanentemente lo acecha.
El intendente de Rosario, Miguel Lifschitz, acaba de decir una verdad: ‘El problema es que el gobierno de los Kirchner siempre juega al filo, nos pone a elegir entre lo muy malo y lo menos malo‘.
La frase surgió luego de que el socialismo apoyara la media sanción en Diputados de la Ley de Medios. Dicha postura en el Congreso no sólo produjo ruidos internos en este partido, sino que provocó un enfrentamiento con los aliados radicales que, si no patearon el tablero, fue porque no es lo más conveniente en el actual contexto político de la oposición.
Del otro lado aparecen los grandes grupos económicos que tienen en sus manos estructuras monopólicas de medios de comunicación. Y todo se dramatiza. Los dos se enfrentan a todo o nada, atribuyéndose la potestad de estar representando a los ciudadanos que, en definitiva, deberían ser lo que más importante.
Sin embargo, da la sensación de que a muchos el mal utilizado concepto del libre acceso a la información es lo que menos les importa. A unos les interesa acallar a quienes informando pueden mellar su poder político. A otros les preocupa la posibilidad de perder enormes porciones de un negocio millonario.
Los dos parecen sólo estar interesados en aprovecharse del ciudadano común, en utilizarlo, en sacarle alguna tajada: unos para sostener su poder político, otros para venderle sus productos.
No nos obliguen a dividir la realidad entre buenos y malos. No nos quieran hacer creer que el bien se impondrá sobre el mal. O el mal prevalecerá sobre el bien. No traten de convencernos de la vida es blanco y negro.
Los grises no representan tibieza o indecisión. Los grises suelen reflejar el consenso, madurez y la aceptación del que piensa diferente.
“Argentina tiene reacciones de histérico, de loco, de paranoico”, dijo el uruguayo Pepe Mujica, y se metió en un lío. “Argentina no llegó al nivel de democracia representativa y la institucionalidad no vale un carajo. Hay que luchar por hacer la realidad inteligible en ese país. El campo y el gobierno despedazaron el país al pedo, son todos unos burros. Tenían una cosecha de soja 25 mil millones de dólares y se pelearon, lo evaporaron todo”, agregó.
Sus palabras fueron crudas, pero ciertas. Aunque incomoden, aunque deje al descubierto hasta qué puntos algunos se niegan a ser autocríticos en una Argentina que parece empeñada en boicotearse a sí misma.
Frente a este contexto general, queda claro que la tentación de todo gobierno de controlar a la prensa está casi siempre presente. Forma parte de las reglas de juego, de la difícil convivencia entre quienes tienen el deber de informar y aquellos que suelen ser los protagonistas de dichas informaciones.
Los políticos se sienten cómodos con la prensa aduladora. Y muchos “hombres de medios” suelen sentirse a gusto con los políticos que les permiten acrecentar sus negocios a cualquier costo. Esta es la verdad. Sin hipocresías.
Sin embargo, los gobernantes deberán aceptar que las críticas son inevitables e imprescindibles. Y el debate público debe ser protegido como a un fuego sagrado.
En 1964, la Suprema Corte de los Estados Unidos determinó que “existe para los ciudadanos, y en particular para quienes actúan por y para la prensa, el deber de criticar a los funcionarios, pues estas críticas son la esencia del gobierno propio. Porque la libre discusión de los asuntos públicos… es la condición de la existencia de una república”.
112 años antes, en la Argentina, alguien había pronunciado la siguiente afirmación: “Los males que puede ocasionar la libertad se remedian por ella misma. Es como la lanza de Aquiles, que cura las heridas que abre. No sucede así con la autoridad, cuyos estragos cuesta mucho reparar y cuyos abusos labran las desgracias de los pueblos”. Lo dijo Bartolomé Mitre. Y la frase contiene una verdad irrefutable.
Tanto, que no vale la pena discutir sobre la vida, el pensamiento o los intereses de quien la pronunció. Hacerlo, sería caer
nuevamente en la discusión maniquea de quiénes son los buenos, y quiénes los malos. Y de eso, estamos hartos. (José Curiotto).