Algunos lo aman y otros lo defenestran. Pero todos coinciden en algo: Carlos Reutemann construyó un verdadero estilo discursivo sustentado en las medias palabras que permanentemente dejan abierto un margen de duda.
Dice, se desdice, avanza, retrocede, y casi siempre afirma que lo malinterpretan.
Se aleja del kirchnerismo en el Senado, pero aclara que no será antikirchnerista. Convoca a una conferencia de prensa con un eminente tono político, pero afirma que no sabe si será candidato.
A Reutemann no le fue mal con este estilo, con esta estrategia del “político enjabonado” que siempre se escabulle de las manos de quienes le piden definiciones concretas.
De hecho, sigue siendo el gran elector del peronismo provincial y los peronistas disidentes de todo el país se desviven por tenerlo en sus filas.
Se lo describe como “el hombre enigmático” o “un político de pocas palabras”.
Sin embargo, cuando quiere, habla. El elige con quién hacerlo, en qué momento, qué decir y a qué preguntas responder. Lo que pocos parecen percibir es que, en realidad, con esta postura Reutemann está invirtiendo los roles.
Él es un funcionario público que, como tal, está obligado a hablar claramente hacia sus representados.
Son los funcionarios quienes deben expresarse con claridad, y no la ciudadanía la que debe esforzarse por interpretarlos.
Son los funcionarios los que deben responder cuando son consultados, y no la ciudadanía la que debe aguardar pasivamente sus palabras.
Estos principios elementales de un sistema democrático y representativo no sólo cuentan para Reutemann, sino para todos aquellos que voluntariamente se proponen captar el voto de los ciudadanos para acceder a cargos públicos.
El juego del personaje enigmático puede ser conveniente en el marco de las estrategias políticas personales, pero difícilmente resulte beneficioso para los ciudadanos que esperan definiciones claras de todos aquellos que pretenden representarlos.