Una historia de brujos, vírgenes y sospechas

Si Fontanarrosa viviera se estaría frotando las manos. Es que una historia donde se entremezclan brujos, vírgenes, fútbol y sospechas, lo tiene todo. Es, sin dudas, irresistible. Como un verdadero banquete al que sólo habría que sazonar con la dosis justa de imaginación para dar vida a una nuevo cuento.
Sin embargo, la repentina ausencia de la imagen de la Virgen de Guadalupe en el club Colón y la falta de respuestas de los responsables de la institución no forman parte de ningún género literario, sino que pertenecen al ámbito de la más irrefutable realidad.
Y como siempre ocurre en estos casos, no existe una sola manera de analizar lo que está sucediendo. Hay tantas lecturas como observadores. Cada uno lo evalúa a partir de sus creencias, de sus prejuicios, de su propia historia de vida, sus necesidades, sus intereses y hasta desde su camiseta. Para algunos, lo ocurrido se asemeja a una tragedia. Otros, en cambio, saben que todo esto pasará pronto a la categoría de anécdota, de ésas que se seguirán contando por mucho tiempo.
El primer punto de inflexión que se puede encontrar entre tantos puntos de vista es la visión de quienes son católicos y la de los no creyentes. En este contexto, mientras monseñor José María Arancedo convocó a una misa de desagravio a la Virgen para el próximo 16 de octubre; otros insisten en que la imagen nunca debió ser entronizada en lo alto de la tribuna de Colón, un simple club de fútbol que provoca pasiones en fanáticos a quienes no se les pregunta a qué religión pertenecen.
Ambas posturas son respetables, pero cualquier intento por seguir esa lógica de análisis terminará inevitablemente en un callejón sin salida. Para los no creyentes, la imagen de una Virgen sólo tiene la irracional categoría de amuleto. Para los creyentes, en cambio, resulta inaceptable el sacrilegio de su aparente destrucción.
De todos modos, y más allá de cuestiones directamente vinculadas con la fe, lo cierto es que la dirigencia de Colón aceptó en 2001 entronizar la imagen de la Virgen sobre una de las plateas del estadio, lo que supuso desde entonces asumir el compromiso de respetarla. Si no estaban convencidos de la presencia de la imagen, pues entonces no la hubiesen recibido.
Pero dejando de lado las interpretaciones vinculadas con la religiosidad, es ésta una buena posibilidad de analizar las conductas de humanas.

Un problema terrenal

Pasaron más de veinte días desde la misteriosa desaparición de la Virgen y todavía no queda claro qué fue lo que ocurrió. En un principio, la dirigencia aseguró que la imagen estaba siendo restaurada, pero llamativamente aclaró que el costo de los trabajos sería pagado por los jugadores. Si quisieron aclarar la situación y cerrar así el debate, con este comunicado no hicieron más que insuflar las sospechas de que algunos futbolistas efectivamente la habían retirado y, quizá, destruido.
Cuesta creer que un hecho que seguramente se convertirá pronto en una simple anécdota en la historia del club, haya sido tan mal manejado desde el principio, como para que derivara en semejante polémica.
Si destruyeron la Virgen, debieron haberlo reconocido en su momento. Con un pedido de disculpas se terminaba el asunto. Ahora, en cambio, el dilema va más allá de la imagen. El problema de fondo pasó a ser la credibilidad de dirigentes que asumieron en su momento el compromiso de regir los destinos de una institución.
Los acontecimientos de los últimos veinte días no hacen más que incrementar las sospechas de que nunca se dijo la verdad acerca de lo ocurrido. Y cuando se ingresa en este círculo de mentiras, sospechas o verdades a medias, resulta muy difícil salir indemne. La mentira incrementa las sospechas. Para aventar sospechas suelen ser necesarias nuevas mentiras o verdades a medias. El callejón se va haciendo tan estrecho, que se torna más asfixiante a cada paso.
En realidad, tampoco sería justo rasgarse las vestiduras por la forma en que los dirigentes del club manejaron el tema. La cultura del “todo vale”, del “metele para adelante”, del “ya se van a olvidar”, echó raíces profundas hace demasiado tiempo en la cultura del país.
Que Alfonsín no dudó en aliarse con De Narváez, que De Narváez no tardó en traicionarlo con Rodríguez Saá, que Rodríguez Saá y Duhalde estaban del mismo lado, que Rodríguez Saá y Duhalde se convirtieron en enemigos, que Aníbal Fernández era duhaldista, que Solá ya no es opositor, que Clarín era amigo del kirchnerismo, que el campo votó a Cristina porque la soja aguanta, que desde el 23 de agosto Cristina está cada día más linda, que la inflación del Indec es del 10{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c}, que Kirchner compró terrenos a 7 pesos el m2, que el bidón de Branco, que las coimas en la Selección, que clubes pobres a pesar del dinero de todos, que Menem es kirchnerista, que no hay culpables por las armas, que Schocklender era bueno y de repente se convirtió en el símbolo del mal.
En el país del “todo vale”, del “metele para adelante”, del “ya se van a olvidar”, no resulta para nada improbable que en Colón hayan confiado que pronto nadie hablaría de la Virgen y que semejante desprolijidad no tendría sus costos.
El problema de fondo no es religioso, sino absolutamente humano. Es que la palabra parece valer cada vez menos, que no se sabe quiénes dicen la verdad y quiénes mienten, que la sospecha lo invade todo.
Si existen tantas dudas sobre un tema que pronto se convertirá en anécdota, por qué no dudar cuando aseguran que están diciendo la verdad en cuestiones mucho más importantes.
Frente a lo ocurrido con la Virgen en la cancha de Colón hay tantas reacciones, como observadores. Para algunos es un hecho grave. Para otros, en cambio, no es para tanto.
En lo que seguramente habrá coincidencias, es en que nadie quiere seguir respirando esta agobiante sensación de estar siendo subestimados.