Una carta que ayuda a pensar

Por qué apoyo el casamiento entre personas del mismo sexo

Quiero compartir esta experiencia con los demás porque yo tampoco entendía del todo el reclamo del matrimonio gay hasta que pude conocer un caso más de cerca.

Aclaro que no soy lesbiana. Soy heterosexual, tengo 47 años, estoy divorciada y tengo dos hijos, de 14 y 17, que viven conmigo. No soy fanática de ninguna corriente política. Y creo en Dios, aunque bastante menos en la Iglesia.

Tengo una empresa de ropa, mediana. Hace unos diez años entró a trabajar para mí una mujer joven, de unos 27 años, llamada Valeria. Le ponía tanto empeño a su trabajo que en poco tiempo llegó a mi equipo de asistentes directos, y ahí conocí mejor su caso.

Valeria tenía dos hijos chiquitos (en ese momento tendrían 3 y 5 años). Se había casado muy joven, a los 18, con su novio de la secundaria. Ella había dejado de trabajar para cuidar a sus hijos. Hasta que un día se enteró que su marido la engañaba. El un día le avisó que se iba de la casa. Valeria se hizo cargo de los dos chicos y tuvo que salir a trabajar para mantenerlos, aunque él de vez en cuando se ocupaba. Entonces conoció, en su nuevo trabajo, a Lucía. Valeria nunca había tenido una relación con otra mujer, pero se sintió tan apoyada y querida por Lucía, que al poco tiempo ya se mostraban como una pareja.

El ex marido se enteró de la relación lésbica de Valeria y, avergonzado, se fue del barrio y no volvió tampoco a llamar o ver a sus hijos. La familia de Valeria también le dejó de hablar. Lucía le ofreció mudarse juntas para poder costear mejor los gastos y cuidar juntas de los chicos, y eso hicieron.

Cuando Valeria empezó a trabajar conmigo, ya vivía con Lucía hace algunos años, y de vez en cuando venían su pareja y sus hijos a buscarla al taller para salir a comer todos juntos. Incluso la gente más conservadora de mi empresa sonreía al ver a esta familia de cuatro caminar felices por la calle. Era tan natural el amor que se tenían que era imposible cuestionarlo.

Pero un día Valeria se enfermó. Le diagnosticaron un cáncer de estómago y tuvo que empezar a tratarse. Ella y Luía habían celebrado la unión civil un año antes, pero cuando pidieron a la prepaga de Lucía que cubriera a su pareja, se lo negaron por no ser un matrimonio. Fue la primera vez que entendí que una unión civil no era lo mismo que estar casados. Ellas empezaron un reclamo legal.

Unos 18 meses más tarde la Justicia les dio la razón y ordenó a la prepaga a cubrir los gastos médicos de Valeria. Pero era tarde, porque ella había fallecido cuatro meses atrás.

Desesperación. Lucía siguió cuidando a los dos chiquitos, a quienes había criado y querido por años como a sus propios hijos. Pero en noviembre la citaron del colegio al que habían ido siempre y le avisaron que sólo "un familiar" podría re inscribirlos para el año siguiente. Lucía, desesperada por que sus chicos no tuvieran una nueva pérdida, se acercó a los familiares de Valeria para pedirles que la ayudaran. Pero ellos decidieron que los chicos no tenían que vivir con "una desconocida" y pusieron un abogado para que hiciera un reclamo legal. La hermana de Valeria -que no había visto a sus sobrinos desde que su hermana se había separado y que tampoco la había acompañado en su enfermedad- consiguió que el templo evangélico de su barrio le esponsoreara la demanda legal. Ganó, y a Lucía le sacaron los dos chicos.

Mientras apelaba la demanda trataba de cruzárselos por el barrio o ir a visitarlos, pero la hermana de Valeria no quería que tuvieran ningún contacto, y finalmente ella, su marido y los dos chiquitos se mudaron fuera del país.

Lucía nunca más pudo ubicarlos (aunque sé que sigue intentándolo).

Los dos chiquitos de Valeria perdieron a su mamá por una enfermedad tremenda. Pero a su otra mamá no tenían por qué perderla. Fueron la (in)Justicia, la intolerancia, los prejuicios, los que les arrebataron a estos dos chicos la posibilidad de un hogar.

Si Valeria y Lucía hubieran estado casadas esto no hubiera pasado. Valeria habría tenido tratamiento médico a través de la prepaga de su mujer, y ambas habrían tenido derechos legales para proteger a sus hijos.

En estos días todo el mundo opina acerca del casamiento gay y de la adopción, y yo quería contar esta historia y pedir que se difunda. Porque no habla de "derechos" en general. Sino de un caso concreto en el que la ley no ayudó a nadie. Hoy algunos hablan del derecho del niño a tener "un papá y una mamá", pero conozco tantos casos en los que esto no ocurre. Un niño necesita un hogar. Necesita que lo protejan de la injusticia y del dolor inútil. Todos necesitamos que la ley nos cuide, todos necesitamos que nos protejan del dolor.

Por eso apoyo la llamada "ley de la igualdad". Por Valeria, por Lucía, por sus hijitos. Porque sé que hay muchas otras familias iguales a ellos ahí afuera y no quiero que les vuelva a pasar algo tan terrible como esto que me tocó conocer.

María Estela Martini