Hablar, decir, expresar, compartir lo que se siente, se piensa o se sabe, es siempre saludable. Reprimir, ocultar, callar, tapar, censurar o no escuchar, siempre será negativo.
No importa qué es lo que está en juego. Ocurre en todo grupo humano, sin importar el número de personas que lo conforman. Las sociedades, como los individuos que las integran, necesitan discutir, debatir, comunicar o “poner en palabra” lo que inevitablemente les sucede.
Aquello de lo que no se habla o se mantiene intencionalmente oculto y reprimido, se convertirá tarde o temprano en fuente de dolor, de angustia, de tensiones que en algún momento necesitarán liberarse. El silencio y la hipocresía, nunca ayudan.
Por todo esto, la discusión planteada con relación a la posible ley de matrimonio entre personas del mismo sexo es desde todo punto de vista positiva e, incluso, sanadora.
El país vivió una situación similar a mediados de la década de los ochenta, cuando el gobierno de Raúl Alfonsín planteó la discusión sobre la necesidad de la ley de divorcio en la Argentina. Lo hizo frente a una realidad innegable: miles de personas se encontraban separadas de hecho en el país y necesitaban ser incorporadas a un sistema legal que simplemente las negaba, como si no existieran, como si no estuvieran allí, a la vista de todos. Un siglo antes, en 1888, se sancionaba en la Argentina la primera ley de matrimonio civil y, claro está, también hubo resquemores, críticas y posiciones encontradas.
La ciudad de Santa Fe se convirtió en el inesperado escenario donde pudieron expresarse quienes están a favor y los que se muestran en contra de la ley que habilita el matrimonio homosexual. Cada uno a su manera, con sus debilidades y fortalezas, con sus mecanismos de convocatoria y sus puntos de vista, pudieron manifestarse para defender sus convicciones.
Y lo hicieron con respeto y tolerancia. Quienes defienden la ley se convocaron casi a la misma hora y a pocos metros de la manifestación de quienes se oponen a los cambios. Tal vez ésta no haya sido la decisión más responsable, pero aun así ambos grupos pudieron expresarse sin que se produjeran enfrentamientos, lo cual habla de una muestra de madurez.
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La posibilidad de que los integrantes de un matrimonio homosexual puedan adoptar niños es uno de los temas que mayores dudas genera con relación a esta ley. Y es lógico que sea éste un aspecto que preocupe no sólo a quienes se oponen a los cambios, sino también a los que están responsablemente de acuerdo con el proyecto.
Más aún, durante estas semanas de debate, desde ambas partes existieron personas que, de manera intencional o no, utilizaron peligrosamente a los chicos para sostener sus argumentos.
Es verdad que existen millones de niños que sufren el abandono de padres heterosexuales, como también es cierto que probablemente en algún momento le resulte difícil a un chico explicar por qué tiene dos mamás o dos papás. Todo argumento es relativo, sobre todo para quien opina diferente.
De todos modos, no se puede negar que en la actualidad existen muchísimas personas homosexuales que, aun sin estar casadas, adoptaron niños a quienes les brindan amor y contención.
En definitiva, si esta ley se aprueba, el Estado tendrá la enorme responsabilidad de analizar con sumo cuidado el perfil de todo matrimonio homosexual que esté interesado en adoptar un hijo, de la misma manera que tiene la obligación de hacerlo con los matrimonios heterosexuales.
Hace tiempo que en el Congreso de la Nación se vienen escuchando todas las voces. De hecho, si bien la ley de matrimonio homosexual cuenta con media sanción de Diputados, hace varias semanas que el Senado analiza el tema antes de que sea tratado en el recinto.
Y como siempre sucede, están los que se oponen terminantemente a los cambios, quienes los apoyan con convicción y aquellos que tienen dudas, que observan la problemática con matices, que desean escuchar los argumentos de todas las partes antes de llegar a una conclusión.
En pocos días los legisladores de la Nación votarán. Luego llegará la hora de que la presidenta vete o promulgue la ley. Esas son las reglas. Así funciona el sistema republicano y democrático en una Argentina que tantas veces se vio desangrada por culpa quienes intentaron imponer sus ideas por la fuerza.
El debate planteado con esta ley es un ejercicio saludable. Más allá de que existan posiciones encontradas e, incluso, irreconciliables. Lo importante, será que primen el respeto y la tolerancia. En definitiva, de eso se trata.