Sostener un discurso crítico en la Argentina actual no resulta una tarea grata, sobre todo cuando el 50 por ciento -¿será el 60 en octubre?- de quienes votan dejó en claro su decisión de apostar por la continuidad.
En un país en el que hasta los opositores al gobierno evitan cualquier atisbo de pesimismo y muchos de ellos reconducen sus discursos para no sonar tan opositores, reprobar las conductas sociales seguramente acarrea sus costos.
A pesar de todo y en medio de un contexto de confianza generalizada en el futuro inmediato, Tomás Abraham sostiene una mirada dura, tajante y hasta desesperanzada sobre el país. “Todos quieren aprovechar el momento”, asegura, convencido de que “los ciudadanos miran a la corrupción como parte de la farándula general”.
Reconoce que “es muy difícil ser no kirchnerista en la Argentina” y que la mayoría de la gente apuesta por el “relato” oficial. Sin embargo, advierte que “un relato no es una religión, ni un mito. Los relatos son evaporables. Vivimos en el mundo de la comunicación, en donde los profetas deben cambiar con frecuencia”.
– ¿De qué manera describiría este momento de la sociedad argentina?
– Es un buen momento. Hay trabajo, crecimiento, ayuda social.
Y un mal momento: impunidad, una justicia sospechada, corrupción, clientelismo, servidumbre voluntaria, un relato que el gobierno hace de sí mismo revanchista y fraudulento, una genuflexión hasta impostada, falta de créditos, pocas inversiones en infraestructura, energía y servicios, baja competitividad en productos de valor agregado, trabajo en negro en abundancia con sueldos muy bajos, educación de apartheid – educación pública desmoronada y educación privada en crecimiento con calidades cada vez más distantes- , aparatos de seguridad desmantelados y personal armado fuera de control, redes de narcotráfico en crecimiento, captura del partido en el gobierno de medios de comunicación propios y asociados.
– En los próximos años, ¿cómo cree que será recordado o descripto este capítulo de la historia del país?
– No lo puedo saber, pero estimo que no hará historia como el gobierno del primer Perón. Depende cómo continúe el precio del poroto y el valor del real. Si hay una caída brusca, el relato oficial ya parecerá lo que es, es decir una fábula. Si seguimos prendidos a los chinos e hindúes con hambre, se lo recordará amablemente mientras no se descubra las fortunas que el personal gubernamental atesoró estos años.
– A pesar de los problemas, ¿por qué cree que tanta gente decidió apostar por la continuidad política?
– Por la seguridad. Para no perder la ayuda y los subsidios que tiene, para no hacer peligrar la mucha plata que ganó.
Otros lo han votado por el relato setentista, otros por la política de derechos humanos.
Y otros porque miraron la vereda de enfrente y no vieron a nadie.
– ¿Qué factores suele tener en cuenta el ciudadano común a la hora de decidir su voto?
– Supongo que parte de su situación personal. De cómo le está yendo con su economía. Después se guía por lo que ve en la televisión, compara caras, quién tiene poder, quién no lo tiene, quién le cae bien, quién no le dice nada. Si tiene una escala de broncas, del tipo: “A éste no lo voto ni mamado”, o: “ Éstos viene cuando nos necesitan y después se borran”, pone en marcha sus sistema de exclusiones.
Cada segmento social y áreas culturales, además, tiene su especificidad.
– Da la sensación de que a la hora de votar, la mayoría sólo piensa en la coyuntura económica y en las posibilidades de consumo… ¿Es así?
– No sólo se piensa en eso, pero sí fundamentalmente. El que no lo hace es porque está hecho, o porque cree en una causa. En un país en el que todo lo que parece dinero puede desvanecerse en el aire, en donde la estabilidad se ha afincado en los países escandinavos ya que decidió alejarse hasta de los centros del primer mundo, todos quieren aprovechar el momento. Para pensar en el largo plazo hay que tener estabilidad y confianza. No la hay. No por eso es una timba, sino la lucha por supervivencia que hacen algunos, y de enriquecimiento que hacen otros.
Los países de nuestra región quieren suplir las crisis periódicas de lo político -todos los países de América al sur del Río Grande, han tenido convulsiones durante décadas mostrando que la alternancia de presidentes, y aun de partidos, no altera políticas de Estado consensuadas por sectores sociales y económicos y fuerzas políticas. Hay cosas que no se tocan. Se llama seguridad jurídica, sistema de alianzas internacionales y políticas de Estado.
Miremos lo que pasó en nuestro país en 28 años de democracia y saquemos conclusiones.
– El votar por el aquí y ahora, ¿es un rasgo distintivo de países como el nuestro, o se trata de un esquema que se repite en democracias más desarrolladas?
– En nuestro país se incrementa por las características de su sistema político. Gira de derecha a izquierda, de neoliberales a estatistas, con gran facilidad y con frecuencia de la mano de los mismos personajes.
Por lo tanto el riesgo país es mayor, y las obras que llevan años de ejecución, temen asumir el compromiso de venir a instalarse en nuestro territorio.
– ¿La incertidumbre sobre el futuro -todos hablan de los ajustes que habrá que hacer en 2012-, puede ser un factor que nos haga más conservadores a la hora de elegir?
– No nos hace más conservadores por el ajuste. Nos hace más conservadores, porque sabemos que sólo un gobierno con enorme fuerza puede hacerle frente a poderosos sectores que pueden desestabilizar a los gobiernos, desde la banca hasta los frentes gremiales.
– ¿Existe algo como el ‘ser argentino‘? Una suerte de estigma que nos condena irremediablemente a repetir errores.
– El ser no existe. Es un invento de la metafísica griega para darle una salida al problema de la relación entre el lenguaje y la realidad. Los países se componen de varias comunidades, y constituyen un mosaico heterogéneo. En especial, en países como el nuestro.
Hay características culturales adquiridas y luego heredadas con el tiempo, que se fosilizan. A ese suelo geológico de usos y costumbres lo llamamos “ser”. En ese sentido se puede hablar del ser porteño, el ser litoraleño, el ser mendocino, el cordobés y el salteño.
Todos diferentes, y más bien regionales. Al porteño lo asociamos con lo napolitano, la camorra; al litoraleño con lo uruguayo, al mendocino con lo chileno y al cordobés-salteño con el Perú.
– El escándalo de las Madres, la absolución de Menem, los funcionarios que se enriquecen…. ¿a la mayoría no le preocupa la corrupción, o nos acostumbramos a convivir con esas noticias?
– Hay un saber de sentido común que dice: “Todos roban”, “Roban pero hacen”, “Siempre fue así”. La sociedad civil además hace uso de la ilegalidad de un modo normal.
Toda la gente trata de gambetearle los recursos al Estado, y el Estado engaña a la gente y usa su dinero con fines propios. Creo que los ciudadanos ya miran los casos de corrupción como parte de la farándula general.
– ¿Cree que tenemos una visión demasiado pesimista de nosotros mismos?
– No lo suficiente. Apenas saltamos una valla, creemos que volamos. Pero somos hiperbólicos y melodramáticos. O somos lo peor, o somos lo mejor. Pero siempre lo más.
– Existe en muchos el convencimiento de que un país como Argentina sólo puede ser gobernado por el peronismo. ¿Qué opina?
– Hasta nuevo aviso parece que sí. Puede ser gobernado por el peronismo, y también destruido por el peronismo. Nos olvidamos que hemos vivido la mitad de nuestra vida cívica bajo gobiernos militares. Y otra mitad bajo un movimiento fundado por un General.
Todavía no ha emergido un líder cívico. Se trata de que lo sea Cristina-Néstor, vaya uno a saber, si lo logran parece que lo harán de acuerdo a la costumbre de cuartel. Mandar con dinero, a dedo y con extorsiones. El Congreso y el Poder Judicial, en el corralito.
– Cómo establecer diferencias o matices políticos desde la oposición, cuando en el peronismo conviven visiones de derecha, de centro, de izquierda. Cuando existe un partido que todo lo contiene.
– Bueno, es una tarea política. Hay que saber lo que se quiere y saber lo que no se quiere. No importa que haya un amplio espectro en un partido en la vereda de enfrente, oficial o no. Es bastante común que así sea. Por ejemplo, en el partido demócrata norteamericano, hay racistas blancos, y Obama.
Una construcción política lleva tiempo, pero además debe poder distinguir entre lo deseable y lo posible, entre el relato y la estrategia.
– Da la sensación de que en la Argentina actual se habla de kirchnerismo y de “la oposición”. ¿Es correcto globalizar a los opositores de esta manera? ¿O hay matices, diferencias?
– Es muy difícil ser no kirchnerista en la Argentina. Todo debe definirse en contra de alguien. El gobierno ha llevado las cosas a este extremo, creando a partir de los desacuerdos que conforman la dinámica democrática, un clima de animosidad permanente.
La creación del Museo de la Esma le sirvió al kirchnerismo para degradar lo hecho bajo el gobierno de Alfonsín, desde el Juicio a la Junta, la Conadep, el Nunca más, y ensalzar a uno de los sectores que llevaron a un baño de sangre al país.
Se abrazó con irresponsabilidad y oportunismo a una de las cabezas del demonio de los setenta, con el escándalo moral, de no poder ocultar que en esa época la familia presidencial lucraba con los desmanes de la dictadura (ley 1.050).
Para justificarse a sí mismo, el gobierno promueve la demonización del menemismo del que fue socio importante, y a quien le debe haber recibido 500 millones de dólares más intereses fugados del país sin rendir cuentas. Y desde el 2008, llama a una cruzada contra el campo, a quien le debe las divisas con la que lleva a cabo su política clientelar.
– En estos momentos se habla mucho de “relato”. ¿El kirchnerismo logró instalar su relato en la Argentina?
– Quizás sí, pero un relato no es una religión, ni un mito. Los relatos son evaporables. Vivimos en el mundo de la comunicación en donde los profetas deben cambiar con frecuencia.
Es cierto que en un país atascado en una simbología de hace más de medio siglo, mientras el mundo ha virado para horizontes inimaginables hasta hace poco tiempo, se tiende a creer que se puede forjar una imaginería para otros cien años. Pero el mundo va rápido y necesita, por lo visto, cada vez de menos cuentos, y cuenteros.
– ¿Qué análisis hace del rol que vienen desempeñando los grandes medios de comunicación tradicionales?
– Los grandes medios son corporaciones a las que se les agrega, ahora, la corporación estatal manejada por un personal gubernamental transitorio con ganas de eternizarse. Ahora todos tienen línea editorial rígida en medio de una batalla por el espacio mediático y la escena audiovisual.
Pero así como el Estado no puede con las redes delictivas; las corporaciones, de ningún tipo, pueden dominar el espectro de las redes sociales.
La comunicación, por suerte, se presenta con una alta volatilidad anárquica