El homicidio del policía César Flores llega en un momento particularmente difícil. En primer lugar, porque los reclamos ciudadanos por mayor seguridad se multiplican, en muchos casos con razón y, en otros, insuflados por un relato constante y dramático que realizan algunos medios informativos de alcance nacional, que contribuyen a generar una sensación casi asfixiante.
Pero esto no es todo. Y es que en la provincia de Santa Fe todavía retumban los ecos del reciente enfrentamiento mediático entre el Poder Ejecutivo y la Suprema Corte de Justicia, dos poderes que representan los pilares fundamentales en la ardua tarea de construir una sociedad más segura y tranquila.
Las declaraciones altisonantes de uno y otro lado parecen haberse acallado, pero esto no significa que necesariamente los ánimos estén más calmos y, mucho menos, que se haya producido un verdadero acercamiento entre ambos poderes para encarar la problemática con esfuerzos comunes.
Como si estas diferencias no fueran lo suficientemente preocupantes, el reciente recambio de las máximas autoridades del Ministerio de Seguridad produjo tropiezos en el Ejecutivo y desnudó desinteligencias llamativas.
El asesinato del oficial principal César Flores ocurre diez días después de aquel fallido intento del gobierno de incorporar al ex comisario José Luis Giacometti al frente de la Secretaría de Seguridad de la provincia. Durante la mañana del 2 de diciembre, se anunció este nombramiento que jamás llegó a concretarse por la oposición de los subsecretarios del área.
Álvaro Gaviola, hasta entonces al frente del Registro Civil de la Provincia, asumió como ministro de Seguridad. Pocos días después se supo que el secretario de Gobierno de la Municipalidad de Rosario, Horacio Girardi, ocuparía el cargo al que nunca llegó Giacometti.
Sobre ambos pesa un halo de incertidumbre por el hecho de no contar con una formación profesional directamente vinculada con el área que les toca comandar. De todos modos, el tiempo será el encargado de develar si estos nombramientos fueron un error o un acierto del gobierno.
Girardi asume mañana, con el desafío de trabajar en un área en la que resulta mucho más fácil perder, que ganar. Y es que la inseguridad actual es producto de muchos años en los que el Estado literalmente abandonó sus responsabilidades sociales y permitió que amplios sectores quedaran a la deriva. Algunos de los políticos que hoy juzgan con absoluta crudeza el accionar del gobierno en materia de seguridad, fueron en gran parte los responsables de que tanta gente quedara virtualmente al margen del sistema. Pero de eso, no hablan.
El clima social no es el mejor. Tampoco es diáfano el aire que se respira dentro de las filas policiales. Los desafíos para el gobierno son enormes. Los márgenes para cometer errores, prácticamente nulos.