“Le agradezco muchísimo el llamado y todo lo que siempre ustedes han hecho por nuestro movimiento. Siempre recordamos con mucho afecto que usted, como mujer, fue la primera que habló de las Madres por la radio. Eso no lo olvidamos nunca” (Hebe de Bonafini, 3 de febrero de 1984).
El verano de 1984 no era un verano más para la mayoría de los argentinos. El calor de los meses más ardientes del año se conjugaba con una energía vibrante, exultante, reprimida durante siete años oscuros. La peor de las dictaduras acababa de terminar y las ilusiones contenidas se entremezclaban con el alivio de una libertad incipiente.
El 3 de febrero de aquel año habían pasado exactamente 50 días desde la asunción de Raúl Alfonsín como presidente. Ese día, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú entrevistaba en radio Continental a Hebe de Bonafini, cara visible de las Madres de Plaza de Mayo, y recibía el reconocimiento de quien durante los años de la dictadura había estado silenciada por la censura.
Sin embargo, el 29 de abril de 2010 -es decir, 26 años después-, Hebe de Bonafini organizaba un “juicio popular” a periodistas acusados de haber colaborado con los dictadores. Ese día, las fotografías de los enjuiciados fueron expuestas en Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada. Recibieron insultos y hasta escupitajos. Entre los acusados aparecía Magdalena Ruiz Guiñazú.
¿Qué pecado había cometido Magdalena?, ¿por qué había dejado de ser un ejemplo de periodista, para transformarse en cómplice de la dictadura?
Magdalena seguía siendo la misma persona que entrevistó a Hebe de Bonafini en el verano de 1984. Sin embargo, en 2010 había osado criticar al kirchnerismo. O, dicho de otra manera, Magdalena no formaba parte del coro de voces que desde medios oficiales o sostenidos con fondos públicos se dedicaban -y lo siguen haciendo- a celebrar cada decisión del gobierno y a denostar a todo aquel que se atreviera a disentir.
En definitiva, la misma independencia e imparcialidad profesional que en 1984 mereció el reconocimiento de Hebe de Bonafini; fue el motivo de su condena en 2010.
Para el próximo jueves 22 de diciembre, Hebe de Bonafini organiza un segundo “juicio ético y público”. En este caso, en el banco de los acusados estarán el diario Clarín, Canal 13 de Buenos Aires y Todo Noticias, la empresa Cablevisión, Radio Mitre y Papel Prensa, donde Clarín es socio del diario La Nación y del Estado nacional.
Esta convocatoria se produce mientras la Justicia investiga a la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que preside Hebe de Bonafini, por haber malgastado más de 700 millones de pesos de fondos públicos que debían destinarse a la construcción de viviendas sociales. Entre las posibles figuras delictivas aparecen lavado de dinero y defraudación.
Una discusión falaz
Pero la cuestión de fondo de este análisis no pasa por los errores -o incluso delitos- que pudieran haber cometido Hebe de Bonafini, el grupo Clarín o los periodistas que fueron sometidos a “juicio popular”. Si incurrieron en equivocaciones o si infringieron la ley, deberán hacerse responsables de sus actos.
De lo que se trata, en este caso, es de desenmascarar una discusión falaz, sin sentido, que intenta dividir a periodistas y medios de comunicación entre militantes -todos aquellos que defienden las políticas del gobierno nacional de manera indeclinable- y mercenarios o “miembros de las corporaciones” -quienes trabajan para medios de comunicación privados, que no establecieron alianzas económicas o ideológicas con el gobierno.
Cuando una discusión se sustenta sobre bases falaces, inevitablemente se diluye y termina siendo funcional a los intereses contrapuestos en juego. Ya sean los intereses del gobierno, o los de los medios de comunicación en pugna.
El debate militantes vs mercenarios no tiene sentido. En realidad, el contrapunto que debería plantearse es el de periodismo vs propaganda. Es ése el eje de discusión. Allí radica el peligro de utilizar la información y los medios como armas sectoriales y estratégicas.
Cuando programas financiados por el Estado, como 6-7-8 o Duro de Domar, sólo se dedican a aplaudir decisiones oficiales y a condenar a los críticos del gobierno, lo que están haciendo no es periodismo, sino propaganda. Lo mismo ocurre cuando los medios de comunicación privados se ponen como objetivo esencial debilitar al gobierno, lideran campañas mediáticas de desprestigio o utilizan la información para apuntalar sus intereses económicos o empresariales.
El poder político siempre hará lo posible para evitar o moderar las críticas. En mayor o menor medida, ocurre en la Argentina y en cada rincón del planeta.
Resulta imprescindible que la prensa no confunda cuál es su verdadero rol, si no quiere quedar al borde del precipicio del descrédito. Pero más urgente aún es el hecho de evitar el avance del control estatal sobre los contenidos informativos. En un país donde el gobierno acaba de obtener el 54{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de los votos y en el que la oposición política está quebrada -en gran medida por sus propias miserias-, la prensa adquiere una importancia vital y se transforma en el último refugio de la crítica.
Aun con sus errores, intereses y limitantes, la voz de la prensa resulta imprescindible. Si termina siendo acallada, la propaganda se habrá impuesto definitivamente.
Argentina no es Venezuela, donde los medios que no responden al gobierno son perseguidos, asfixiados y hasta clausurados. Por eso, las decisiones que se tomen en el presente serán clave y repercutirán indefectiblemente en lo que ocurra durante los próximos años en materia de libertades y circulación de información en el país.
Lo que Hebe de Bonafini -avalada por el gobierno- reclama con sus “juicios populares”, es más propaganda y menos periodismo.
Cuando la líder de Madres de Plaza de Mayo necesitó hacer escuchar su voz en aquel verano de 1984, apeló a los medios: “Necesitaríamos un espacio pequeño, aunque sea de cinco minutos, para contar qué hicimos, por qué lo hicimos, cómo lo hicimos, para qué lo hicimos y por qué estamos luchando. Es fundamental para que no se confunda y para que todo el mundo aprenda a defender, con su propia vida si es necesario, esta democracia y este gobierno constitucional que hoy tenemos”, le dijo a la misma Magdalena Ruiz Guiñazú que terminara condenando 26 años después.
Si la lógica de la propaganda logra imponerse, medios y periodistas serán devastados o redimidos según coincidan, o no, con los gobiernos de turno.
Si este esquema perverso termina echando raíces, en la Argentina habrá menos información confiable y más Magdalenas insultadas y condenadas.
Las decisiones que hoy se tomen, serán clave para el futuro.