La gobernabilidad deberá estar garantizada

La muerte de Néstor Kirchner no es una muerte cualquiera. Acaba de irse el hombre sobre el que se sostuvo el poder político en la Argentina durante los últimos siete u ocho años. Un hombre polémico. Amado y odiado. Aplaudido y criticado. Un hombre que amó el poder y lo ejerció hasta las últimas consecuencias.
Néstor y el poder fueron casi una misma cosa. Paradójicamente, la política fue su vida y la política acabó con ella. Poco le importaron los consejos médicos. Su forma de ser lo hizo sentir omnipotente, sin límites.
Habrá quienes en lo íntimo celebren esta partida. Habrá quienes la sufran con sincero dolor. Es que los hombres como Kirchner provocan ese tipo de reacciones contrapuestas.
El 27 de octubre de 2010 pasará a la historia como el día en que murió el hombre fuerte de la Argentina de principios del siglo XXI.
Pero este día no sólo representará la desaparición física de Néstor. En realidad, a partir de mañana el país enfrenta un nuevo desafío.
Cristina Fernández está ahora sola. Es que más allá de contar con sus colaboradores cercanos, ya no estará su compañero, con quien a lo largo de su vida conformó una verdadera pareja política.
Los próximos meses serán cruciales para la presidenta y para una Argentina históricamente acostumbrada a abalanzarse sobre el poder de quienes muestran síntomas de debilidad.
La gobernabilidad deberá ser garantizada. Los sectores políticos, empresariales, económicos y hasta eclesiásticos, con los que el kirchnerismo mantuvo fuertes enfrentamientos, deberán asumir con absoluta responsabilidad este momento histórico.
Lo que está en juego es mucho más que el éxito o fracaso de los últimos meses de gestión de Cristina. Lo que está en juego es el futuro inmediato y mediato de un país demasiado golpeado como para seguir afrontando las consecuencias de decisiones mezquinas.