La reciente publicación por parte del diario El País de Madrid de una fotografía falsa en la que aparecía un supuesto Hugo Chávez intubado en una sala de terapia intensiva, profundizó el debate sobre algunos principios éticos de la profesión periodística.
Lo primero que hay que decir es que, en este sentido, no existen verdades absolutas. Toda disquisición ética sobre qué publicar y qué no, cómo hacerlo, en qué momento y frente a qué circunstancias; presenta matices, argumentos y consecuencias que obligan a evaluar cada situación en particular. Y a partir de entonces, se toman decisiones que nunca están exentas de resultar equivocadas.
En este caso, sorprende que los editores responsables del diario español no hayan tenido en cuenta la precaución de chequear el origen y autenticidad de la imagen, sobre todo por las delicadas circunstancias que atraviesa el presidente venezolano y por las posibles consecuencias políticas generadas por la publicación.
Tal vez, la adrenalina producida ante una supuesta primicia a escala mundial les jugó una mala pasada. O quizá, el nuevo y riesgoso paradigma de la inmediatez informativa generada por internet, los indujo a cometer este error. La fotografía publicada por El País no era más que una captura de pantalla de un video publicado en YouTube en 2008, bajo el nombre "Intubación de Acromegalia AMVAD".
Evidentemente, antes de dar a conocer la foto se debieron tomar todos los recaudos necesarios para confirmar la autenticidad de la misma.
Y si era él?
Pero, ¿qué hubiese sucedido si, efectivamente, hubieran confirmado que el hombre que aparecía entubado e inconsciente en una sala de terapia era Hugo Chávez? ¿Se publicaba o no la imagen? ¿Qué estaba en juego? ¿Valía la pena exponer al ser humano convaleciente? ¿Cómo jugaba en esta decisión su condición de persona pública?
Simplemente a modo de ejercicio de razonamiento y sobre la base de este caso en particular, se pueden plantear argumentos a favor o en contra de la publicación de esta fotografía.
Entre las razones que se podrían esgrimir para defender la publicación de la imagen -si fuera el verdadero Chávez, claro-, aparece el hecho de que la foto aportaba información valiosa sobre el real estado de salud del presidente venezolano. Por eso, hubiera contribuido a terminar con la incertidumbre planteada ante la falta de información oficial confiable.
Se sabría, por ejemplo, que un hombre en ese estado no está en condiciones de tomar decisiones para guiar los destinos de un país y que las autoridades de Venezuela están mintiendo, tanto a su pueblo, como a la comunidad internacional. El impacto en el tablero político global sería concreto y determinante, sobre todo a partir de que algunos presidentes de la región avalaran la controvertida reasunción virtual de Chávez en la Presidencia de su país.
Se podría decir, entonces, que la opinión pública en general y la ciudadanía venezolana en particular, tienen derecho a conocer el verdadero estado de salud del mandatario, en quien continúa recayendo un poder que no le pertenece, sino que recibe por delegación del pueblo de Venezuela.
En la Argentina, muchos recordaron aquel caso en el que la revista Gente publicó en su tapa la fotografía de un Balbín agonizante, lo que derivó en una condena judicial contra la Editorial Atlántida por haber violado el sagrado derecho a la intimidad de una persona en sus últimos momentos de vida.
Sin embargo, existen diferencias entre ambas circunstancias. La primera y fundamental, es que Balbín ya no ocupaba un cargo público. Y, por lo tanto, su estado de salud no representaba ningún tipo de consecuencia sobre la ciudadanía en general. Era, por entonces, un hombre más, a pesar de su pasado político.
¿Por qué no?
Pero más allá de estos argumentos, existen motivos de peso para decidir que la foto de Hugo Chávez -si hubiese sido real, insisto- no debía ser reproducida. De hecho, el director editorial del diario El Mundo, Pedro J. Ramírez, escribió una serie de tuits en los que reveló que les habían ofrecido la misma fotografía a cambio de 30 mil euros, pero decidieron que no estaban dadas las condiciones para que fuera publicada.
Más allá del cargo público que ocupe una persona, de que se esté o no de acuerdo con su conducta o de las consecuencias directas que su estado de salud produzca sobre la opinión pública, jamás debe perderse de vista que se trata de un ser humano y que sus derechos esenciales deben ser respetados. Entre ellos, el de la intimidad más profunda. Sobre todo, en un momento tan íntimo y sagrado como es el de la frontera entre la vida y la muerte.
Se trata, básicamente, de actuar humanamente a la hora de informar. Y si el hecho es realmente relevante, pues entonces se deben buscar las alternativas para dar a conocer la información, pero ocasionando el menor perjuicio posible al ser humano y a sus derechos.
Si la fotografía hubiese pertenecido realmente a Chávez, tal vez el diario hubiera podido redactar un artículo describiendo el verdadero estado de salud del mandatario, revelando además que contaba con una imagen como respaldo de sus aseveraciones.
No se trata de tirar la primera piedra. De hecho, nadie está exento de cometer errores en una materia en la que no existen verdades absolutas.
Sin embargo, es ésta es una buena oportunidad para recordar algunos valores esenciales del periodismo, que no difieren demasiado de los valores esenciales de cualquier actividad humana.
La vorágine, la competencia, la inmediatez o la primicia, jamás podrán estar por encima de la verdad, del compromiso, de la buena fe y, sobre todo, de la credibilidad.
Porque, en definitiva, es éste el valor que mantendrá vivo al periodismo como profesión, en un mundo en el que supuestamente y gracias a la tecnología, acceder a la información resulta cada día más sencillo.i