El prófugo Ricardo Jaime nunca fue un funcionario cualquiera. Como pocos, se trató de un hombre de la más estrecha confianza para Néstor Kirchner, el expresidente que no se caracterizaba, precisamente, por confiar demasiado en los demás.
A lo largo de su extensa carrera política, Kirchner se rodeó apenas de un pequeño grupo de incondicionales. Y entre ellos se encontraba Jaime, quien pasó de ser chofer del gobernador santacruceño, a manejar de manera discrecional un presupuesto multimillonario destinado a subsidiar el transporte público a lo largo y ancho del país.
En pocos años, Jaime dejó atrás una vida de privaciones económicas y se transformó, casi por arte de magia, en un hombre rico, en condiciones de adquirir mansiones y barcos, o de viajar por el mundo en un avión privado que habría recibido de un grupo naviero a cambio de favores oscuros.
Las historias de Jaime y de Lázaro Báez tienen demasiados puntos de contactos. Ambos fueron hombres de confianza de Néstor Kirchner desde su gobernación en Santa Cruz. A ninguno de los dos les sobraba el dinero. Pero, de repente, con la llegada del santacruceño a la Presidencia, se transformaron en millonarios. Los dos están siendo investigados por la Justicia.
La única diferencia entre uno y otro es que Báez nunca fue funcionario público. Sin embargo, su riqueza se produjo gracias a una cantidad sorprendente de concesiones para que construyera obras públicas.
En definitiva, si ambos se enriquecieron de manera ilícita, lo hicieron a través de fondos estatales y de la mano del hombre que llegó desde el sur para conducir los destinos del país.
Cinco días después de que el juez federal Claudio Bonadío ordenara la detención de Jaime por pagar sobreprecios en un contrato para realizar mejoras en el ferrocarril Belgrano Cargas, un magistrado cordobés pidió la captura internacional del exsecretario de Transporte. En las últimas horas, la Cámara Federal le concedió la excención de prisión.
Los jueces tenían razones suficientes como para haber dictado órdenes de captura nacional e internacional. El poder que alguna vez detentó Jaime y su pasada pertenencia al corazón del kirchnerismo, fortalecen la posibilidad de que pudiera recibir ayuda desde el gobierno para entorpecer la marcha de las investigaciones.
Mientras la Justicia intentó durante cinco días infructuosamente dar con el paradero de Jaime, una investigación periodística acaba de revelar que el Ministerio de Defensa de la Nación destinó más de 400 millones de pesos al Estado Mayor General del Ejército, para que realice tareas de inteligencia.
¿A quiénes espían los militares argentinos? La pregunta genera suspicacias, sobre todo porque desde hace algunos años no existen hipótesis de conflictos bélicos con ninguno de los países de la región.
Pero el Ejército no es el único que recibe dinero para hacer inteligencia. Con el mismo objetivo, la Dirección Nacional de Inteligencia Criminal dispone de 35 millones de pesos; la Policía Federal de 156 millones; la Gendarmería de 90 millones y la Prefectura de 37 millones.
Con semejante presupuesto destinado a inteligencia, la verdad es que resulta poco creíble que nadie haya sabido dónde se escondía el exsecretario de Transporte, quien logró profugarse porque fue alertado antes de que dictaran la primera orden de detención en su contra.
Evidentemente Ricardo Jaime, el chofer y hombre de confianza de Néstor que se convirtió en millonario, sabe demasiado.