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El pasado fue desgarrador. El futuro es siempre incierto. Y el presente refleja a una ciudad de Santa Fe que no parece haber aprendido del todo aquella trágica lección que representó el avance del río Salado el 29 de abril de 2003, cuando el agua arrasó con barrios enteros, arremetió sobre decenas de miles de personas y acabó con al menos 23 vidas.
Se pueden escribir muchas líneas sobre los errores cometidos, la indisimulable impunidad, la irresponsabilidad de algunos y la incapacidad de otros. Sin embargo, a dos décadas de aquella tragedia, inquieta el hecho de que algunas equivocaciones se reiteren a la vista de todos. En especial, de los encargados de tomar decisiones cruciales para romper de una vez por todas con esa extraña capacidad que algunas sociedades tienen de caminar en círculos y reiterar equivocaciones.
Los años que siguieron a la inundación de 2003 demostraron que los eventos extraordinarios son cada vez más ordinarios. Sequías extremas, crecidas y bajantes históricas de los ríos, lluvias intensas y focalizadas.
“En estos momentos, el mayor riesgo en el sector oeste de Santa Fe es el agua que puede acumularse por lluvias dentro de la ciudad. Hay sistemas de bombeos y reservorios, pero hay que mantenerlos adecuadamente. Los reservorios deben estar vacíos para que, cuando llueve, se acumule el agua. Pero se transformaron en zonas de depósito de basura”, decía hace exactamente un año el ingeniero en Recursos Hídricos y docente de la Universidad Nacional del Litoral, Ricardo Giacosa.
A pesar de las experiencias dolorosas y de las advertencias de los especialistas, la ocupación de estos reservorios no se detiene. Ya no solo por la acumulación de basura, sino sobre todo por la continua construcción de viviendas precarias en estos terrenos que cumplen una función esencial en la prevención de inundaciones generadas por lluvias extraordinarias.
Solo a modo de ejemplo, durante los últimos meses el número de viviendas precarias levantadas en los reservorios ubicados en Barranquitas Sur, en el ingreso a la ciudad junto a la autopista Rosario-Santa Fe, creció de manera exponencial sin que se tomaran medidas. En algunos casos, incluso, los nuevos moradores demarcaron terrenos sobre lo que debería ser el lecho de estas lagunas artificiales.
El objetivo de los reservorios es muy claro: están pensados para recibir -a través de los desagües pluviales de la ciudad- el agua de las lluvias para que, desde allí, pueda ser expulsada hacia el río Salado gracias a un sistema de bombeo.
Cuanto menos capacidad de almacenamiento de agua tienen estos reservorios, mayores son las posibilidades de inundaciones por lluvias en el resto de la ciudad capital. Con un agravante: cuando estos fenómenos climáticos sucedan, centenares -tal vez miles- de personas deberán ser reubicadas y asistidas en medio de la emergencia.
Inundaciones en Santa Fe: qué sucede sobre el Paraná
Luego de la trágica inundación del Salado de 2003, en el oeste de la ciudad de Santa Fe se avanzó con la infraestructura adecuada para reducir al máximo la posibilidad de eventos similares. Esto fue posible gracias a este sistema de reservorios, estaciones de bombeo y defensas consolidadas.
Sin embargo, sobre las márgenes del sistema fluvial del Paraná -en el este y en el sur del casco urbano- no existen las mismas garantías. Santa Fe y su área metropolitana cuentan con 140 kilómetros de defensas. Gran parte de ellas requieren de un mantenimiento exhaustivo y permanente.
“No todas las defensas se hicieron con los mismos niveles de protección. A lo largo de la Ruta 1, por ejemplo, se construyeron con distintos criterios en distintas épocas. Hay más bajas y más altas”, explicó Ricardo Giacosa.
Durante los recientes años de sequía y de bajante extraordinaria, la falta de control -del Gobierno provincial, municipal y también de administraciones comunales de la región- permitió que se multiplicaran los asentamientos y construcciones sobre los taludes de defensa que protegen al Gran Santa Fe.
San José del Rincón, Arroyo Leyes, Colastiné Norte, Colastiné Sur, La Guardia, El Pozo, Bajada Distéfano, Alto Verde, Varadero Sarsotti. En algunos casos, se trata de construcciones levantadas con unas cuantas chapas. Pero en otros -la mayoría-, son casas consolidadas y de material que avanzan hasta el borde mismo de los taludes o, incluso, sobre ellos.
Las autoridades provinciales reconocen que sobre las defensas de Varadero Sarsotti se produce uno de los fenómenos más preocupantes. No solo por la cantidad de viviendas construidas, sino porque los asentamientos se extendieron sobre ambos lados del terraplén y también en la parte superior.
Durante la última crecida de 2016, el agua cubrió sectores en los que hoy se levantan construcciones. No se necesita ser un experto para saber que, más temprano que tarde, el río volverá a crecer de manera extraordinaria, cubrirá estas vivienda y expulsará a quienes allí se asentaron.
Pero lo más alarmante es que, mientras existan construcciones sobre el sistema defensivo, resulta literalmente imposible realizar los impostergables trabajos de mantenimiento. Como las defensas sobre el río Paraná constituyen un anillo, cualquier inconveniente en un punto específico del sistema permitiría el ingreso del agua, inundando todo a su paso.
Hace 20 años la ciudad de Santa Fe sufría la peor catástrofe de su historia. Sin embargo, y a pesar de tanto dolor, la lección no parece haber sido del todo aprendida. Algunas sociedades se empeñan en sostener esa extraña capacidad de caminar en círculos y repetir equivocaciones.