El título de esta anotación proviene de un interesante artículo que Ilya Pozin dejó en Linkedin: Porqué los empleados no deberían tener horarios. Aparte de recomendar su lectura, me recordó un par de historias más que leí por ahí acerca de cuán obsoleta es la medida del trabajo hoy en día cuando se computan «horas» en vez de «objetivos». Cualquiera que haya trabajado alguna vez, o haya tenido empleados a su cargo, seguro que le ha dedicado algún que otro rato a meditar –o debatir encarnizadamente– sobre ello.
Aparte de estar de acuerdo en que hay ciertos trabajos que requieren un horario y otros que no (las alternativas ahí son complicadas), lo curioso es que en el resto del mundo laboral, donde en teoría se podría trabajar o teletrabajar de forma más flexible también hay un gran debate entre los que están a favor y en contra – algunos incluso a medio camino entre una cosa y la otra. Tampoco faltan los que prefieren no tener horarios o teletrabajar de vez en cuando… hasta que les toca ser jefes y contratar a alguien, momento en que exigen todo lo contrario (!)
Quienes están a favor de eliinar horarios y valorar principalmente los objetivos del trabajo suelen argumentar que esto permite trabajar más a gusto, ser más productivo y además conciliar trabajo, familia y ocio; también que supone un ahorro para la empresa (que puede incluso requerir menos espacio físico), que sirve para mejorar la confianza en los empleados, que evita distracciones inútiles y que favorece el trabajo en equipo.
Quienes están en contra, por otro lado, suelen considerar que no controlar la presencia u horarios de los trabajadores propicia que algunas «ovejas negras» no cumplan con la cantidad de trabajo (horas) que se le están pagando, o que se aprovechen de la situación; también creen que es mejor el contacto personal, por ejemplo en reuniones u otras situaciones de equipo. Además de eso, pretenden evitar injusticias como que «algunos trabajen más y otros menos».
El artículo de Pozin resume bien en cuatro puntos su opinión, que comparto al cien por cien: trabajar con horarios mata la productividad, crea desconfianza, es desmotivador (o no motiva en el sentido adecuado: cumplir los objetivos) y va en contra del trabajo en equipo. Simplemente estar en una silla no quiere decir que alguien «trabaje más» – el caso de los workalcoholics de baja productividad suele ser un buen ejemplo.
En mi experiencia en vidas anteriores tanto como «currante» como en el papel de coordinador de equipos siempre he intentado potenciar los objetivos y no los horarios o la presencia. Reconozcamos que las reuniones físicas tuvieron su época dorada, pero hoy en día en que se puede compartir y documentar mejor la información por otros medios, suelen ser absolutamente tóxicas.
Por poner algún ejemplo: está claro que si tienes que escribir unos artículos, crear una web o programar un componente de algún sistema lo mejor es que lo hagas donde y como sea más efectivo: en tu casa, en la cafetería o el bar de la piscina. Lo mismo le diría a un diseñador, a un comercial o a un abogado. Si quieres presentar una idea, puedes hacerlo de forma breve en un correo; para hacer brainstorming te vale hasta Whatsapp.
Desde hace años tenemos herramientas para trabajar desde cualquier lugar «como si estuvieras allí». Basta ser razonable, elegir unas horas en las que estar disponible si fuera necesario y estar conectado. Los tiempos en que era necesario medir el trabajo por horas ya pasaron: aquello estaba bien para las líneas de producción de las fábricas, pero no es aplicable a otro tipo de trabajos. Conceptos como pagar las «horas extra» suenan un tanto obsoletos cuando un «extra por objetivos» sería tal vez mucho más adecuado.
Entre las grandes ventajas que personalmente encuentro a trabajar por objetivos y sin horarios están poder organizarte mejor la logística del día a día, elegir tus mejores momentos de productividad a lo largo del día y poder combinar trabajo y ocio: por ejemplo yendo a visitar museos, tiendas, hacer deporte u otras actividades entre semana, cuando apenas hay nadie y resulta más cómodo. Además teletrabajar tiene otros pluses: detalles como no tener que usar el coche, poder comer en casa mejor y más barato o descansar a tutiplen (¡siesta!)
Cuando las empresas obligan a este tipo de cosas a la fuerza, obligando a la gente a trabajar por horarios –maldígase la «máquina de fichar»– pueden suceder cosas divertidas, y estas son las dos historias que mencionaba al principio:
Una de ellas es la historia de un tal Bob, un consultor norteamericano con un sueldazo de más de 100.000 dólares al año que descubrió una mina de oro: subcontratar su propio trabajo. El tío se pasaba el día en eBay y mirando fotos de gatos –sentado en su mesa en la oficina, eso sí– mientras coordinaba su trabajo de programación con unos chinos (literalmente) a quienes había descrito lo que necesitaba y cómo programar el código que necesitaba. Lo más curioso es que el trabajo estaba siempre completado a tiempo, la empresa no tenía ninguna queja, él cobraba su generoso salario, pagaba una parte espléndida a los chinos y todos contentos. ¿Qué hacer en un caso así?
El otro es no menos divertido: el operador pica-textos que automatizó su trabajo. Resulta que el hombre tenía un gran dilema: el trabajo para el que le habían contratado consistía en picar textos, validar datos, rellenar formularios… Todo lo evaluaba un software especial: a final de mes los trabajadores se repartían unos bonus por volumen, calidad, eficiencia… A él –que tenía espíritu de programador– se le ocurrió emplear algunos trucos y bases de datos para completar los datos auxiliares para recopilar los datos y validarlos mejor que nadie. ¿El resultado? Su trabajo era 99,9{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} perfecto y siempre ganaba los bonus y extras – aunque el pobre se sentía sucio por la forma en que lo había conseguido. Pero, lo más impresionante: trabajaba tan solo 8 horas a la semana en vez de 40 o 50 y hacía más trabajo que los demás. ¿Qué harías si fueras su jefe, darle un premio, despedirle o…?