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El poder de la mirada

No siempre resulta sencillo reconocer el poder de una mirada sobre la vida de las personas. La mirada tiene la posibilidad de devastar o de redimir. Todo depende del lugar desde donde se mira y la forma en que se lo hace.

María Castro sobrevive junto a un hijo de 4 años en la más extrema marginalidad en el distrito de Alto Verde. Ambos pasan sus días entre cuatro chapas que apenas sostienen una casilla donde cualquier intento por guarecerse del frío, el calor o la lluvia, es sólo una utopía.

Pero hoy María Castro experimenta una sensación inédita en sus 25 años de vida: las miradas de los otros se posaron sobre ella y no fue para condenarla o por simple compasión, sino para ayudarla. Por primera vez en su existencia, siente que es tenida en cuenta, que importa, que tiene nombre propio y que es la protagonista principal de su historia de vida.

María conoció golpes y sufrimiento. La droga, en algún momento, pareció su destino inevitable. Hoy, trabaja por apenas 300 pesos por mes. Menos sus sueños, a María le quitaron casi todo.

Pero la mirada de un cura se posó sobre Alto Verde, un lugar donde la vida no resulta fácil. Un sitio donde en los últimos diez meses, los vecinos vieron morir alrededor de veinte jóvenes menores de veinticinco años en situaciones de violencia.

Las promesas políticas de mejoras para el barrio no siempre se cumplen y la mayoría de las personas que allí viven no cuenta con los recursos necesarios como para salir de una situación que asfixia. Frente a esta realidad frustrante y paralizante, el padre Javier Albisu, un jesuita que lleva dos años en Santa Fe, resolvió que era hora de cambiar la forma de ver las cosas y optó por solucionar los problemas uno a uno, de a poco, paso a paso.

Le puso nombre y apellido a quienes sufren, evaluó a fondo cada situación en particular, cuantificó sus necesidades. Y así apareció María Castro, una mujer cuya situación no permite aguardar que los grandes proyectos se hagan realidad algún día.

Por primera vez, María siente que la miran de una manera diferente. Y entonces, ella misma comenzó a cambiar su forma de mirar la vida: “Nunca me ayudó nadie y me cuesta creer que alguien lo va a hacer. Ojalá pronto pueda tener la casa que me contó el padre Javier. Me gustaría vivir con mis dos hijos, pero en estas condiciones no puedo. Mi vivienda es muy precaria”, asegura con la dosis lógica de incredulidad de quien jamás recibió una mano.
El resto de los vecinos de Alto Verde también mira. Todos observan con atención. Si el proyecto de ayudar a María Castro se hace realidad, habrá otras María. Porque son muchos los que necesitan de la mirada de los otros. Y si nuevas María descubren que es posible salir adelante, quizá se logre que en Alto Verde más vecinos cambien la mirada que tienen de ellos mismos y se convenzan de que vale la pena movilizarse por un futuro distinto.

Pero este cruce de miradas no se reduce a lo que suceda en Alto Verde. El resto de la ciudad -sobre todo aquellos que no necesitan de la ayuda de los otros-, también tiene frente a sí la posibilidad de transformar su forma de ver las cosas. “Hay gente que no tiene cómo salir adelante, y allí debe aparecer la mirada de los otros”, insiste el padre Javier con una lógica implacable.

Este cura jesuita que se atrevió a cambiar la forma de ver y de hacer las cosas no pide demasiado. Ahora propone que, los que puedan, donen el valor de un foco de luz para ayudar a María y a las María que vendrán.

Las miradas no sólo afectan inevitablemente a quien se sabe observado, sino que tienen el poder de transformar también a quienes miran. A veces, con cambiar el punto de vista alcanza como para descubrir realidades hasta entonces veladas. Y del descubrir, al descubrir-se, hay un solo paso.

La única forma de torcer una realidad injusta es mirándola cara a cara. Ocurre con las personas, con una comunidad y, por qué no, con toda una ciudad.

La historia de vida de María parecía destinada inevitablemente al fracaso. Pero el destino no está escrito, pues la historia no termina hasta que se escribe la última palabra.

Para ayudar

Si querés conocer más información sobre el proyecto del padre Javier Albisu, ingresá a www.unoporuno.org.ar. Para sumarse y colaborar con donaciones, los interesados pueden llamar al 0342-154-781620 ó 459-5657 (interno 141).

 

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