Hugo Chávez está muerto y las cosas no volverán a ser como antes. Si bien es cierto que el presidente venezolano se encontraba invalidado desde diciembre del año pasado, hasta ayer la sola mención de su nombre y la milagrosa posibilidad de que lograra sobrevivir al cáncer ramificado en su cuerpo, actuaban como un compás de espera. Como si el tiempo hubiese estado detenido, hasta tanto se disiparan las dudas sobre su verdadero estado de salud.
Pero hoy, su fallecimiento es una certeza absoluta. Y entonces, las dudas se trasladaron hacia el presente y futuro de una Venezuela que durante los últimos 14 años se acostumbró a vivir bajo el influjo de una personalidad avasallante, con un estilo personalizado y autocrático de gobierno. Chávez y el Estado eran una misma cosa en Venezuela.
Amado u odiado, nadie podía dudar de su poder y de su capacidad política. Una capacidad que, incluso, lo convirtió en voz mandante en el contexto sudamericano. Para bien o para mal, el liderazgo de Chávez trascendió las fronteras de su país.
En parte por su personalidad y, en gran medida, por el poder económico que le otorgaba el hecho de gobernar un país que cuenta con la quinta reserva más importante de petróleo del planeta.
Desde la llegada de los Kirchner al poder, Chávez estableció una verdadera relación carnal con la Argentina. De hecho, fue Venezuela la que salió al auxilio del incipiente gobierno kirchnerista, cuando compró bonos de la deuda por alrededor de 5.000 millones de dólares en 2003. Es cierto que lo hizo a cambio de elevadas tasas de interés. Pero también es verdad que el gobierno argentino no tenía otra posibilidad para conseguir recursos internacionales, luego de la cesación de pagos declarada poco tiempo antes.
El petróleo y el gas venezolanos también resultaron fundamentales para garantizar el funcionamiento de una economía argentina en crecimiento, luego de la crisis energética que acabó con la independencia del país en la materia.
La famosa “valija de Antonini Wilson” y la existencia de “la Embajada paralela” representan otros dos capítulos de estas relaciones carnales y sospechadas de corrupción compartida.
En treinta días habrá elecciones en aquel país. Y todo indica que el dolor y el lógico sentimiento de emoción provocados por el fallecimiento del líder, contribuirán a fortalecer políticamente al sector que lideró hasta su muerte.
Es muy probable que el chavismo arrase en los próximos comicios. Sin embargo, el interrogante ahora es saber por cuánto tiempo ese combustible político generado por la pérdida de Chávez mantendrá cohesionado y fortalecido al sector que lideraba.
La falta de la voz mandante no será el único desafío para el chavismo. Sus dirigentes, deberán lidiar con la posición del Ejército venezolano y con una serie de graves problemas económicos y sociales que persisten a pesar de los recursos que ingresan al país a través de las regalías petroleras.
La inflación del 25{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} anual -similar a la de Argentina- obligó al gobierno a devaluar recientemente el Bolívar. El número de homicidios sigue batiendo récords en aquel país.
Mientras éstas y otras dudas se multiplican en Venezuela, el país deberá acostumbrarse a vivir con una certeza absoluta: el líder, ya no está.