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El día en que Alfonsín se puso de moda

Raúl Alfonsín vivió su apogeo político durante aquellos días de 1983, cuando con más del 50 por ciento de los votos infringió la primera derrota electoral al peronismo en comicios libres. Los peronistas continuaban maniatados por los asfixiantes lazos de la violencia setentista que derivara en la Triple A, en los movimientos subversivos y, finalmente, desembocara en la más sangrienta dictadura.
Un féretro incendiado y unas cuantas frases desafortunadas de viejos y oxidados dirigentes justicialistas durante el cierre de campaña, terminaron convenciendo a muchos de que se debía buscar otra alternativa.
Alfonsín, por entonces, encarnó la esperanza de que un país mejor era posible, aunque el tiempo demostró que la tarea no resultaría para nada sencilla. Tanto fue así, que ni siquiera pudo culminar su mandato.
Sin embargo, y a pesar de los errores cometidos, su gobierno y sus esfuerzos pasaron a la historia como la bisagra que logró garantizar la continuidad democrática en un país hasta entonces acostumbrado a la cíclica ruptura institucional. No eran días sencillos, sobre todo teniendo en cuenta que, por entonces, la Argentina continuaba rodeada de países con administraciones militares.
Pero no fue hasta el momento de su muerte que Alfonsín logró el reconocimiento y apoyo masivos, incluso de quienes habían sido sus contrincantes políticos. El fallecimiento del caudillo radical se produjo mientras en el país se profundizaban los enfrentamientos, las divisiones y los monólogos sectoriales que hoy perduran.
Aquel fin de semana, mientras decenas de miles de personas desfilaban ante su féretro en el Congreso de la Nación, Alfonsín se puso de moda. Los dirigentes políticos repetían una y otra vez conceptos tales como diálogo, consenso, reconciliación. Como por arte de magia, el discurso pareció unificarse en pos de los intereses del conjunto de los argentinos
Es que en octubre de 2008, durante su último discurso -que debió ser grabado debido a su delicado estado de salud-, Raúl Alfonsín había dicho: “Es imprescindible que nos demos cuenta de que tenemos que trabajar juntos. Que es necesario el diálogo. Diálogo que no es simplemente conversación entre gobierno y oposición. Que es diálogo dentro de la oposición. Pero que se caracteriza fundamentalmente por esa presencia del gobierno que no puede de ninguna manera sentirse el realizador definitivo de la Argentina del futuro, porque haya ganado una elección”.
A un año de su muerte, el país no cambió demasiado: el gobierno sigue eligiendo a su contrincante de turno y amenaza con perpetuarse en el poder; el peronismo está dividido y promete una batalla a todo o nada por la conducción; la oposición se encuentra fragmentada y sus dirigentes se muestran invadidos por la desconfianza mutua.
El disenso y el debate forman parte de la discusión democrática.
Los enfrentamientos y odios permanentes, sólo sirven para profundizar los males.