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El coronavirus, la cuarentena total y una usurpación fantasma

Esta nota fue publicada en Aire Digital.

 

El sonido de los pájaros, el rocío fresco y el inconfundible olor de la leña encendida se entremezclan con una conversación lejana. En medio de decenas de ranchos deshabitados y carpas vacías, Alberto Sosa y su esposa Paola Flores comparten unos mates a pocos metros de la fogata que mantiene la pava caliente. Mientras el resto de la ciudad, el país y el mundo se ven atravesados por la pandemia de coronavirus y el aislamiento social, en los terrenos usurpados desde hace 49 días en el norte Santa Fe las cosas no parecen haber cambiado demasiado.

Alberto Sola y Paola Flores son unos de los pocos que habitan en los terrenos usurpados en el norte de la ciudad de Santa Fe. En general, las casillas y carpas están vacías y sólo se ocupan durante algún momento del día.

Aunque el visible deterioro de sus rostros refleje otra cosa, Alberto tiene 51 años y su esposa Paola apenas 45. Poco después de las 8.30 de la mañana de este jueves, permanecían junto al rancho que construyeron en uno de los lotes ocupados en la zona comprendida por calles Azcuénaga, Matheu, 1° de Mayo y 4 de Enero. Son unos de los pocos que realmente viven en el lugar, porque la mayoría de quienes decidieron usurpar estos terrenos levantaron ranchos y armaron carpas que hoy permanecen vacías durante la mayor parte del día.

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A unos cien metros de allí, el móvil 38.401 de Gerdarmería Nacional permanece estacionado debajo de un árbol. Los tres gendarmes apostados allí -un santiagueño, un correntino y un formoseño- se limitan a cumplir las órdenes de observar y, a lo sumo, evitar que los usurpadores lleven materiales de construcción a los terrenos. Sin embargo, durante el cambio de guardia algunos se apresuran para descargar chapas y otros materiales en el lugar.

Del otro lado, el patrullero 7.918 de la Policía de Santa Fe cumple una función parecida. Un hombre y una mujer policías saludan con amabilidad. Están allí, detenidos. Sólo observando.

En algunas de las construcciones precarias ni siquiera hay rastros de ocupación. Los vecinos de la zona le llaman “la usurpación fantasma”.

Parece que hubiera pasado una eternidad desde aquel viernes 14 de febrero, cuando el juez federal Francisco Miño ordenó a las fuerzas federales que procedieran a recuperar los terrenos ocupados. El operativo tenía día y hora: desde las 7 de la mañana del domingo 16, Gendarmería debía actuar. El tiempo dejó en claro que desde algún otro lugar se tomó la decisión de no acatar la orden del juez.

La foto de hoy

En estos momentos, más de 50 ranchos y carpas se observan en la zona. Apenas cuatro o cinco de ellos están ocupados. En algunos hay señales de que, al menos durante ciertos momentos del día, llegan personas al lugar. En otros, ni siquiera eso. Las casillas de chapa están absolutamente vacías. Son, apenas, una suerte de mojón demarcatorio del lote ocupado.

Mientras tanto, los vecinos de la zona se asoman por las ventanas y piden soluciones. Es que el barrio cambió de un día para el otro y hoy se ven obligados a convivir con gente que no conocen. Están atemorizados y sienten que nadie los escucha. Hablan de “una usurpación fantasma”.

Un móvil de Gendarmería y otro de Policía de la Provincia permanecen observando la zona usurpada.

Algunos ocuparon un terreno. Otros, los más fuertes, rápidos o con mayor capacidad logística, tomaron dos y hasta tres lotes. Todos están demarcados. Hay de 20 metros por 40. Y también de 20 por 15. Algunos hicieron lo que pudieron. Otros hicieron lo que quisieron.

En general, los que ocuparon estos terrenos vivían junto a familiares de la zona. Pero los vecinos del barrio aseguran que algunos tomaron lotes a pesar de tener una vivienda. Sólo lo hicieron para sacar provecho de la situación.

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A unos 50 metros del rancho levantado por Alberto y Paola, funciona un comedor comunitario que depende de la ayuda del Gobierno de la Provincia y también del Gobierno de la Nación. Allí trabajan cada día Graciela, Andrea, Patricia y Juana, la directora, que en estos momentos se encuentra en su casa porque tiene 61 años y decidió resguardarse del coronavirus.

Cada mediodía y cada tarde, aproximadamente 330 personas reciben el almuerzo y la copa de leche en este comedor. Pero desde que comenzaron las usurpaciones, se sumaron otros 15 comensales que llegan desde los terrenos tomados: “Son familias que están allí. No tiene nada, algunas con chicos. Y aunque no están anotadas, igual les damos la comida”, explica Graciela.

Cada mediodía y cada tarde, la gente se agolpa en el comedor comunitario ubicado a metros de las usurpaciones. Van a buscar el almuerzo y la copa de leche. El distanciamiento social por coronavirus no se cumple.

En tiempos de coronavirus y de aislamiento obligatorio, las usurpaciones del norte de la ciudad de Santa Fe siguen como durante los primeros días. Nada cambió demasiado. En la mayoría de los casos, se trata de ocupaciones sin ocupantes. Mientras tanto, alrededor de cinco familias permanecen viviendo en el lugar, y aseguran que lo seguirán haciendo hasta conseguir una casa.

El Estado, a estas alturas de las circunstancias, sólo observa lo que allí sucede.

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