Hay buenas y malas, como siempre.
De lo contrario la existencia sería insoportable.
Aunque las malas abunden, y las buenas pocas veces sean noticia.
Hilda Molina es una mujer admirable. Sus palabras son tan medidas, tan equilibradas, tan pensadas, tan profundas.
La madre que fue privada de ver a su hijo durante quince años.
La abuela a la que impidieron conocer, abrazar, oler, sentir a sus nietos.
La cubana que fue privada de ser libre en su país.
La médica a quien le confiscaron sus conocimientos.
La mujer a quien le robaron gran parte de su vida. No tuvo una sola palabra de agravio para Fidel Castro, ni para Raúl.
Incluso estando fuera de su país. Con la posibilidad de decir lo que quisiera. De ser libre. De no volver a pisar la tierra en donde vive como prisionera en su propia casa.
Lo que les tenía que decir, se los dijo en la cara.
Sin agresiones, sin insultos, con respeto, sin bravuconadas.
Por eso resultó tan molesta.
Por eso resultó insoportablemente incómoda.
Porque lo que dijo y dice es incontrastable, irreprochable.
¿O acaso existen argumentos válidos como para impedir que una madre vea a su hijo, una abuela abrace a sus nietos, una ciudadana honesta viva libremente o una médica brillante intente una vida mejor para su gente?
No importa que sean de derecha, o de izquierda.
Los intolerantes son eso. Ni más, ni menos.
No importa que vivan en un país comunista o en uno que se dice capitalista. Están allá. Y están acá.
Pero así como hay malas, también hay buenas.
Como siempre, aunque no siempre tengan la prensa que se merecen.
Pepe Mujica tiene pinta de viejo bonachón. Pero este uruguayo de 75 años supo lo que es pelear, incluso con armas en las manos.
Supo de intolerancias. Y seguramente fue tan intolerante como los que lo terminaron reprimiendo, encarcelando.
En 1985 recuperó su libertad, luego del retorno a la democracia.
En las elecciones del 2004 su movimiento obtuvo más de 300.000 votos, consolidándose como la primera fuerza dentro del partido de gobierno.
Hoy reconoce que hacer política va mucho más allá que ser de derecha, o de izquierda. Hoy reconoce que “los papeles se queman cuando el imperio pone a un negro de presidente, o cuando el Estado es pesado y haragán…”.
Mujica asegura que prefiere “pensar el asunto en términos de generosidad y egoísmo”.
De buscar una sociedad más generosa, aunque suene hueco y simplificador.
Por si quedaran dudas, el viejo Mujica pone como ejemplos a Suecia y a Nueva Zelanda: “El zurdómetro que yo uso es pragmático, no ideológico, porque sólo es sensible al dolor y a la alegría del bicho humano”, asegura.
Y mientras Hilda Molina o Pepe Mujica hablan y dicen tanto, en esta Argentina de campaña la mayoría de los candidatos también hablan, pero dicen poco.
Es tan vacía la discusión electoral, que difícilmente un argentino medio esté en condiciones de decir qué es lo que proponen los principales candidatos. Pasa en las Legislativas nacionales.
Pasa en las municipales de la provincia.
Todo se mezcla, se distorsiona.
Es tan sencillo describrir quiénes son Molina y Mujica, como difícil saber qué piensan y proponen los candidatos en la Argentina.
Tan difícil es saber quiénes son por dentro muchos de estos políticos argentinos, que algunos los confunden con las caricaturas de Gran Cuñado.
Y es que todo parece ser igual. Al fin de cuentas, los verdaderos se arrodillan ante los personajes.
Unos y otros se imitan. Se ríen. Se nos ríen. Todo se mezcla. Todo se distorsiona.
El viejo Mujica insiste en que las decisiones deben estar en manos de “gente inteligente y de buena fe”. Y si hay que elegir, él se queda con los de buena fe, “porque lo que hay que hacer no es demasiado misterioso y hay muchas vidrieras en el mundo en las que fijarse”.
Debe haber una salida. Tiene que haber una. Sin discursos vacíos, sin frases repetidas y gastadas.
Debe haber una salida en la que los que están sepan cómo solucionar los problemas que siguen sin ser resueltos; y los que estuvieron dejen de regodearse porque los problemas que ellos mismos crearon no se solucionan.
Debe haber una salida. Que no sea mágica, que no muestre caricaturas. De lo contrario, sólo quedaría un futuro peor que este presente.
Y asumirlo resultaría insoportable.