Cuando las cacerolas no cierran

Aquel 19 de diciembre de 2001 el reloj marcaba las 22.41 cuando el entonces presidente, Fernando De la Rúa, anunciaba el estado de sitio por cadena nacional. Atrás habían quedado horas previas cargadas de tensión, saqueos a supermercados y una población sacudida por una cataratas de anuncios en materia económica que representaban la confiscación del dinero de millones de argentinos en los bancos.
Era el fin de una era. La burbuja había estallado y lo hacía de la peor manera. De nada habían servido las advertencias previas de un puñado de políticos y analistas que pregonaban que la Convertibilidad estaba muerta desde hacía rato. La mayoría de los dirigentes de entonces, optó por mantener con vida una ilusión que pronto se convertiría en tragedia. Y la sociedad argentina de aquel momento, prefirió desoír las advertencias y apostar por que la ficción continuara. Pero tarde o temprano, la realidad se impone.
Cuando De la Rúa cerró aquel discurso, abrió la puerta al estallido.
La gente salió a las calles. Según relató un diario de la época, “miles de personas salieron con cacerolas, sartenes, espumaderas y tapas, en un fenómeno que se verificó en Belgrano, Caballito, Palermo, Parque Chacabuco, Villa Crespo y Almagro… El tono era hasta festivo, ganador. Mucha gente salió de sus casas y en Independencia y Entre Ríos una fogata en la calle acompañó el ruido de los metales. Todo el país había tomado las calles. En Rosario, mil personas marchaban cerca de las 24 al Monumento a la Bandera. En Plaza de Mayo se concentraba San Telmo. En Parque Chacabuco los vecinos eligieron el gran árbol de Navidad para protestar juntos, y cuando se sumaron vecinos de la villa 11-14 se juntaron miles decidieron marchar hasta José María Moreno y Rivadavia. En Salta y Juan B. Justo los vecinos cortaron la calle, y lo mismo en Boedo… Del pánico se había pasado al repudio….”.
En aquel momento, la desocupación superaba el 20 por ciento en la Argentina. La pobreza alcanzaba al 57,5{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c} de la población y la indigencia al 27,5{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c}, todos niveles récord para el país. Aun así, un sector de la sociedad contaba con los dólares necesarios como para recorrer el mundo con aires de nuevos ricos.

Las nuevas cacerolas

Al cristinismo se le pueden reprochar muchos defectos. La soberbia y el estilo autocrático de gestión son, seguramente, algunos de los más evidentes.
Cristina Fernández reconoció públicamente que no está para responder pregunta alguna, sino para pronunciar monólogos que se parecen demasiado a una cátedra de vida con la que no se puede estar en desacuerdo.
Quien se atreve a levantar alguna crítica, es inmediatamente rotulado bajo las categorías de vendepatria, cipayo, traidor, enemigo, servil o golpista.
No importa que las evidencias de los errores sean irrefutables y representen un verdadero cachetazo para el sentido común. La defensa a ultranza del indefendible vicepresidente, Amado Boudou, es una clara muestra de este escenario. La corrupción dentro de la cooptada Asociación Madre de Plaza de Mayo, representó otro ejemplo. La postulación de Daniel Reposo como procurador general de la Nación, completa la escena.
El doble discurso eclosiona de manera permanente. La inflación viene carcomiendo los bolsillos de millones, pero no ocupa siquiera una frase dentro del relato oficial. Los empresarios cómplices del poder se siguen enriqueciendo a la vista de todos, pero continuarán haciéndolo mientras contribuyan a “la causa”.
En los últimos días, nuevos cacerolazos comenzaron a surgir desde algunos barrios de la ciudad de Buenos Aires. Los primeros fueron tibios, casi raquíticos, pero el jueves último alrededor de seis mil personas salieron a cacerolear en la capital, según los cálculos de la Policía Federal. En Santa Fe, también existió alguna convocatoria para hacer escuchar cacerolas de protesta. La asistencia fue casi nula.
¿Qué cambió repentinamente en el país, como para que algunos decidieran apelar al mismo método de reclamo que terminó con un gobierno y que representó un bisagra en los momentos más dramáticos de la historia política de la Argentina moderna?
Las mentiras del Indec, la complicidad de ciertos empresarios con el poder político, la corrupción de algunos funcionarios y el estilo autocrático de gestión, no son novedosos. Las dicotomías entre el discurso oficial y la realidad, tampoco. Lo nuevo, en todo caso, son las restricciones para la compra de dólares.
Y éste parece haber sido el detonante de los nuevos cacerolazos.
Dicho de otra manera, para muchos de los que hoy deciden cacerolear; las mentiras del Indec, el estilo de gestión o las dicotomías entre discurso y realidad, no fueron problemas demasiado importantes, mientras el gobierno les permitió ahorrar en dólares. Es que las restricciones aparecieron en el preciso momento en que la paridad cambiaria comenzaba a permitir que algunos argentinos volvieran a recorrer el mundo con aires de nuevos ricos.
Es cierto que la situación económica y social del país es preocupante, pero no se asemeja a la de 2001. A Cristina se le pueden achacar errores, pero sería de necios no reconocerle sus aciertos.
Se puede estar o no de acuerdo con los métodos utilizados por el gobierno para manejar la situación del dólar. Sin embargo, si éste fue el detonante de los nuevos cacerolazos, la legitimidad de las cacerolas actuales tambalea. “Se trata de una protesta autorreferencial”, opinó el filósofo kirchnerista Ricardo Forster. Y parece tener razón.
Lo peor que podría pasar ahora, es que los kirchneristas decidan salir también a la calle para apoyar la gestión del gobierno. Si esto sucediera, las divisiones entre argentinos se profundizarían.
Es verdad que todo ciudadano tiene derecho a protestar y que probablemente las cacerolas actuales representen cierto límite al cristinismo, a su soberbia, a sus aspiraciones de poder eterno y a su estilo autoritario de gestión.
Pero si el dólar fue el detonante de los reclamos, este caso las cacerolas suenan desafinadas. Porque las cacerolas, no siempre suenan igual.