En esta Argentina partida en dos, los términos medios parecen incomodar. Para muchos, el país está forjando un futuro promisorio, sin que ningún escollo sea capaz de impedir su marcha virtuosa. Para otros, en cambio, el kirchnerismo avanza de manera implacable en su objetivo de controlarlo todo y perpetuarse en el poder, arrasando con cada una de las voces disidentes que se interpongan en su camino. Todo, es igual a total. Y el poder total es igual a totalitarismo.
Debo reconocer que hasta el lunes 27 de febrero me parecía exagerado hablar sobre la realidad argentina en estos términos. Me incomodaba -y en realidad sigue sucediendo- escuchar a colegas, dirigentes sociales o políticos opositores describir la realidad argentina de esta manera.
Hablar de intentos totalitarios suena aventurado, irresponsable, exagerado y arriesgado. Aunque existan ciertos indicios concretos por parte del gobierno nacional, no dejan de ser simplemente sospechas, suposiciones, lecturas.
Sin embargo, cuando quien lo dice es la Presidenta de la Nación en medio de un acto público y sus afirmaciones quedan registradas por la televisión, la situación cambia y la preocupación crece. O debería crecer.
El lunes, en pleno acto por el bicentenario de la creación de la bandera nacional y mientras la intendenta de Rosario, Mónica Fein, pronunciaba su discurso, una cámara de televisión captó el preciso momento en que Cristina Fernández de Kirchner se dirigía a sus seguidores -que habían copado un acto patrio con consignas partidarias- y les aseguraba: “Vamos por todo… Por todo”.
No se trata de una mera interpretación de lo ocurrido. Nadie orquestó -como probablemente ocurriera en otras oportunidades- una campaña para desprestigiar a Cristina Fernández. Ella, y sólo ella, fue la protagonista de la escena. Y para quienes crean que se trata de una exageración, están las pruebas registradas. Para confirmarlo, resulta suficiente ingresar al link http://www.youtube.com/watch?v=OYrAUyNvt5Q.
¿Qué quizo decir la Presidenta?
Si se toman sus palabras de manera literal, habrá que advertir que, fuera del todo, sólo queda la nada.
Ir por todo, significa asfixiar cualquier resquicio de diferencias o de matices.
Si cualquier sector lograra apoderarse del todo, no existiría espacio disponible para otros sectores.
Tanto se esforzó la Presidenta por ser comprendida, que sus seguidores la entendieron inmediatamente. El murmullo de aprobación fue automático, mientras algunos desde el palco intentaban discernir qué estaba ocurriendo.
Lo de Cristina fue natural, espontáneo. No estaba en el libreto. No formaba parte de las palabras y movimientos perfectamente estudiados de los discursos presidenciales. Cristina nunca imaginó que un director de cámaras podría salirse del libreto oficial y cometer semejante desliz: captó a la Presidenta sin maquillajes, sin filtros, sin intermediarios, sin “relato” de por medio.
La televisión tiene esos riesgos. Puede resultar muy poderosa a la hora de crear ficciones; pero también puede mostrar la más cruda realidad cuando se rompen los libretos. La televisión, sin guiones preestablecidos, desnuda, atraviesa. Y Cristina quedó a la intemperie.
Cómo explicarlo
Existen, al menos, dos formas de explicar el “Vamos por todo… Por todo”, de Cristina.
La primera es que tal afirmación forme parte del discurso presidencial para consumo interno, con el objetivo de mantener en alto el compromiso y el entusiasmo de sus seguidores. Si así fuera, la Presidenta olvidó que se encontraba en un acto público. Y deberá hacerse cargo de sus consecuencias. Cuando se lanzan consignas de estas características, similares a un grito de batalla, se pueden desatar consecuencias indeseadas, pues siempre existen seguidores dispuestos a tomar las palabras de su líder al pie de la letra.
La otra posibilidad es que, realmente, Cristina aspire a “ir por todo”. Si así fuera, la situación genera escalofríos. Abre ventanas hacia un pasado doloroso y puertas hacia un futuro plagado de peligros.
Cristina debería saber que cualquier intento de ir por todo, sería la forma más directa a transitar un camino de turbulencias que terminaría indefectiblemente en la nada.
No importa quién sea el totalitario de turno. No existen totalitarismos buenos, o malos. No interesa que sea de izquierda, o de derecha. Es que la única forma de abarcarlo todo, es anulando a los otros. Y la historia demuestra que no existe posibilidad alguna de tener éxito en semejante objetivo.
Experiencias sobran y todas derivaron en un final dramático. Aniquilar al otro fue el objetivo extendido durante la Argentina de los setenta. Los intentos desangraron a un país y nadie logró su meta. Treinta años después, las heridas continúan abiertas.
Por el bien de la presidenta y de la Argentina, alguien tiene que atreverse a decirle a Cristina Fernández de Kirchner lo que no quiere escuchar.
Si de verdad se trata de una líder republicana y democrática inmersa en una descarnada lucha contra sectores que, de hecho, suelen defender intereses espurios, la presidenta deberá entender que lo que ocurrido en Rosario erosiona gravemente su credibilidad. Ni siquiera la más descarnada crítica opositora, ni las peores operaciones mediáticas, podrían desgastar su imagen de la manera en que lo logró su actitud delante de las cámaras el pasado lunes.
Y si se trató de una confesión pública y Cristina Fernández realmente sueña con “ir por todo”, alguien deberá despertarla cuanto antes.
De lo contrario, su sueño se convertirá muy pronto en una pesadilla. Para ella. Y para todos.