Cuando la realidad política asfixia

Es una sensación extraña y difícil de definir. La situación política del país genera algo que se parece demasiado a la asfixia, a un callejón sin salida. Se asemeja al encierro en una suerte de celda con techo bajo y sin ventana por donde ver a la distancia. Es angustia. Falta oxígeno. Sí, de eso se trata.
El país continúa multiplicando campos de batalla y no parecen existir demasiadas alternativas para esta Argentina cada día más tensa y agresiva.
Estamos atrapados en disputas que en muchos casos nos resultan ajenas, pero sus esquirlas igual nos alcanzan, nos lastiman. Debe haber una salida, un resquicio por donde ingrese algo de luz. Aunque por ahora, no resulta sencillo encontrarlo.
Mirar hacia el pasado reciente no sirve demasiado. De hecho, allí hay poco para extrañar. La degradación menemista, las mentiras delarruistas, el estallido social. Nada peor podía suceder a todo aquello. Nada más abajo podía existir que el fondo del pozo.
El presente nos consume con enfrentamientos en cada esquina. Durante 2008 el gobierno eligió al campo como adversario principal. El campo logró el apoyo de amplios sectores urbanos, pero con el paso del tiempo estos mismos grupos comenzaron a mirar con cierta desconfianza a un ruralismo que, por momentos, dejó traslucir rasgos intolerantes.
En 2009, la pelea de fondo es contra los medios de comunicación que no le son afines. En un costado del ring, grupos empresariales que durante los últimos años se beneficiaron económicamente gracias a las concesiones de gobiernos a los que poco les preocupó la conformación de enormes monopolios -fue el mismo Néstor Kirchner quien favoreció este proceso que hoy se empeña en destrozar-; en el otro costado, un gobierno al que la confrontación parece seducir como a un adicto que siempre va por más para sentirse vivo.
Las patotas moyano-kirchneristas que impiden la salida de Clarín y La Nación no sólo afectan a las empresas periodísticas involucradas. En realidad, estos grupos de choque están impidiendo que centenares de miles de argentinos tengan el derecho a informarse de la manera que consideren adecuada. En definitiva, de eso se trata la libertad de prensa.
Poco parece importar que la patota camionera violara el artículo 161 del Código Penal, que sanciona con prisión de uno a seis meses a quien impida o estorbe la libre circulación de libros o periódicos. Poco importa que violara artículos de la Constitución Nacional y pactos internacionales pensados para defender la libertad de prensa. La policía cumple la orden de no actuar, aunque los delitos cometidos sean flagrantes.
Y si de confrontar se trata, el gobierno decidió enfrentar también a representantes de la prensa internacional. Alrededor de 500 editores de Latinoamérica y España están en Buenos Aires participando de la 65° Asamblea Anual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
En el mismo momento y en la misma ciudad, el kirchnerismo organiza junto al venezolano Hugo Chávez una suerte de “contraacto” denominado Primer Encuentro Internacional de Medios y Democracia en América Latina. Nada tiene de malo realizar este encuentro internacional. Simplemente, no era necesario hacerlo coincidir con la Asamblea de la SIP y junto a un aliado como Chávez, quien en estos momentos detenta como presidente de su país una de las peores imágenes en el contexto general de las naciones.
Pero esta sensación de asfixia no sólo se genera por el presente y el pasado reciente del país. Es que el futuro tampoco parece sencillo. Las alternativas entusiasman poco y no permiten abrir demasiadas ventanas en esta celda de techo bajo.
Allí están los De Narváez, que hicieron campaña hablando de un plan contra la inseguridad que jamás dieron a conocer. Allí están los Cobos, que no dudaron en aliarse a los Kirchner para ser vicepresidentes y hoy actúan como uno más de los opositores. Allí están los Duhalde, representantes de la “vieja política” transformados ahora en una alternativa superadora. Allí están los Reutemann, tan encerrados en sí mismos que no son capaces de decir qué piensan o de plasmar un verdadero proyecto alternativo.
Nos hemos alejado tanto del buen trato, del respeto y de la civilidad como nación, que hoy no resulta sencillo encontrar una salida. Nos hemos acostumbrado tanto a la mentira y al enfrentamiento, que hoy no sabemos en quién confiar.
Mientras continuemos mirándonos unos a otros con desconfianza, no habrá camino que nos lleve a buen puerto.
El país necesita cohesión y un proyecto común. El país necesita dirigentes capaces de amalgamar tanta energía disgregada y, por ahora, resulta difícil encontrarlos.
Es así de sencillo y de preocupante. Aunque suene a frases hechas, y no resulte sencillo encontrar ventanas por donde respirar algo de aire fresco.