Cobos, Francisco y los caprichos del tiempo

Aquel 17 de julio de 2008, habían pasado 18 horas de debate en el Senado de la Nación. Fuera del Congreso, un país agrietado, partido, paralizado, seguía minuto a minuto lo que sucedía en el recinto.

A las 4.23 de la mañana, el entonces vicepresidente, Julio Cobos, inició un discurso que apenas duró dos minutos, pero que pareció interminable: “Yo sé que… que me cabe una responsabilidad histórica en esto… Quienes desde lo político…. dicen…. que tengo que acompañar… por la institucionalidad… por el riesgo que esto implica… Mi corazón dice otra cosa. Y no creo que esto sea un motivo… para poner en riesgo el país, la gobernabilidad… la paz social… Quiero seguir siendo el vicepresidente de todos los argentinos y compañero de fórmula hasta el 2011… con la actual presidenta de los argentinos. Yo creo que la presidenta de los argentinos me va a entender… Que la historia me juzgue… Pido perdón si me equivoco… Mi voto no es positivo”.

De esa manera, Cobos acababa de inclinar una balanza que se encontraba equilibrada con 36 votos a favor de la Resolución 125 -que modificaba el régimen de retenciones a las exportaciones agrícolas- y 36 votos en contra.

Para el kirchnerismo fue una estocada que jamás olvidará. Traición, complot, ingratitud, ahogo, angustia, rabia. Néstor y Cristina sintieron que en aquel momento vivían la peor derrota de sus historias políticas.

Sin embargo, el paso del tiempo tiene una fascinante capacidad: permite analizar los hechos desde una perspectiva diferente y novedosa, uniendo puntos aparentemente inconexos. Pasado, presente y futuro se interrelacionan de formas inesperadas, asombrosas.

Cinco años después de aquel voto “no positivo”, una nueva lectura de lo que sucedió durante aquella madrugada podría arrojar conclusiones muy diferentes a las que se percibían por entonces.

En primer lugar, hoy no resulta para nada descabellado concluir que, con aquella estocada y sin proponérselo, de alguna manera Cobos terminó dando nueva vida a un kirchnerismo que parecía debilitado y marchito ante tanto nivel de enfrentamiento.

¿Qué sucedió a partir de aquella madrugada del 17 de julio de 2008? En primer lugar, el país se pacificó. Las rutas fueron liberadas. Las manifestaciones rurales cada vez más multitudinarias en contra del gobierno, se acallaron. Néstor y Cristina mostraron una fortaleza admirable. Resolvieron redoblar el ritmo de gestión. Fueron tiempos de anuncios permanentes. El kirchnerismo retomó una iniciativa que parecía haber perdido, enredado en el laberinto de una pelea que llegó a límites innecesarios.

Las organizaciones del campo -a las que el kirchnerismo acusaba de golpistas y desestabilizadoras- comenzaron a debilitarse. Pronto surgieron diferencias que demostraron que sólo estaban unidas por el espanto. El gobierno, con su inquietante inclinación de jugar a todo o nada, las había fortalecido hasta límites insospechados.

En octubre de 2011, Cristina fue reelecta con el 54 por ciento. La Mesa de Enlace es casi una entelequia. Y Cobos, terminó recluyéndose en Mendoza, como un dirigente más del radicalismo.

El Papa del fin del mundo

El 13 de marzo de este año, la Argentina y el mundo se sorprendieron ante un anuncio inesperado para la mayoría: el cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo primado de Buenos Aires, acababa de ser elegido Papa. Desde ese momento, se convertiría en Francisco, nuevo líder mundial y guía de 1.200 millones de católicos diseminados por todos los rincones del planeta.

La noticia sacudió al kirchnerismo. En efecto, se trataba del mismo hombre que tanto había incomodado a Néstor y Cristina con sus homilías que hablaban sobre la corrupción, la pobreza, la necesidad de diálogo y humildad en el ejercicio del poder.

Tan molestas resultaban sus palabras, que Néstor y Cristina optaban por abandonar la Capital Federal en cada celebración del 25 de Mayo. Los Tedéums con Bergoglio resultaban difíciles de sobrellevar. Tanto, que en algún momento se intentó presentar al cardenal de Buenos Aires como el verdadero jefe de la oposición política.

Apenas se conoció la noticia de su elección como nuevo Papa, el kirchnerismo quedó desacomodado. El gobierno emitió un comunicado formal. Y algunas horas después, Cristina hablaba en Tecnópolis frente a centenares de seguidores.
Primero criticó a los medios y luego resaltó los logros de su gestión. Recién sobre el final, con una frialdad sorprendente, dijo: “Por primera vez en los dos mil años de historia de la Iglesia, va a haber un Papa que pertenece a Latinoamérica y le deseamos de corazón a Francisco I que pueda lograr mayor grado de confraternidad entre los pueblos, entre las religiones… Que esa opción por el nombre de Francisco, que creo que es por San Francisco de Asís, la opción de los pobres, sea realmente la opción que puedan hacer las altas jerarquías ”.

A través de las redes sociales, algunos de los más conspicuos kirchneristas comenzaron a atacar al nuevo Papa. La elección de Bergoglio, no parecía una buena noticia. Aquel hombre de palabras duras podía convertirse en una amenaza para el gobierno. El desconcierto primó frente el surgimiento de esta pieza inesperada en el tablero político interno.

Sin embargo, en el escaso tiempo transcurrido desde aquel 13 de marzo, la situación mutó. Lo que parecía una mala noticia, bien podría convertirse en un hecho favorable para el gobierno.

Con el correr de los días, algunos de los críticos más acérrimos de Bergoglio parecen haberse convertido en los más fieles seguidores de Francisco.

Cristina dejó de lado la distancia y frialdad iniciales, y las reemplazó por muestras de emoción y un cambio en su discurso: “No les voy dar el gusto y no nos vamos a pelear los argentinos… Ser diferentes no significa que uno sea mejor o peor… La diversidad, la pluralidad y la aceptación, son la clave para que nunca más vuelva a ocurrir el desencuentro entre los argentinos”, dijo antes del Día de la Memoria.

La crispación parece haberse adormecido. Y el humor social refleja signos de mejoría ante el surgimiento de Francisco.
No es poca cosa para un año electoral.

Prácticamente sola en el escenario político y con una oposición que aún no logra tomar forma, Cristina picó en punta en la carrera por apoderarse de la figura del Papa.

Seguramente no será sencillo mantener este clima de novedosa cordialidad durante los meses que restan para las elecciones legislativas. Sin embargo, por qué no suponer que, si el gobierno actúa con inteligencia, termine beneficiándose con la llegada al papado de aquel cardenal que prefería no escuchar.

En definitiva, la experiencia demuestra que el paso del tiempo suele producir paradojas fascinantes y que, pasado, presente y futuro, pueden relacionarse de formas inesperadas.