Con apenas dos años y medio de vida, M.J. se convirtió involuntariamente en la protagonista central de una historia plagada de contradicciones, en la que se entremezclan deseos y pasiones, amor y miserias, equivocaciones e irresponsabilidades.
Para M.J., la vida nunca fue sencilla. A poco de nacer, en junio de 2010, debió enfrentar la primera adversidad, cuando fue abandonada en la ciudad de Esperanza. La casualidad, la caridad, la suerte o una irrefrenable pulsión de vida, hicieron que aquella niña lograra sobrevivir al desamparo y al rechazo, luego de que fuera encontrada y puesta a salvo.
La Subsecretaría de Niñez buscó infructuosamente a sus familiares biológicos. Cuando todos los esfuerzos resultaron vanos, solicitó a la Justicia que incluyera a M.J. en la nómina de niños con posibilidades de ser adoptados.
Comenzaba para ella un camino plagado de nuevos escollos, a raíz de un sistema que por falencias propias o por inaceptables fallas humanas no parece estar a la altura de las necesidades de los chicos que esperan una familia, ni de las expectativas de los matrimonios que aguardan con ansias la posibilidad de recibir un hijo en adopción.
Primero se demoró inexplicablemente la declaración del “estado de adoptabilidad” de M.J. Luego, se produjeron retrasos en la selección de matrimonios candidatos a recibirla. Después surgieron dilaciones en las entrevistas de dichos candidatos.
Mientras tanto, M.J. permanecía bajo el cuidado de un hogar de tránsito. Desde hace décadas, existen en la ciudad de Santa Fe matrimonios que integran una asociación civil que viene cumpliendo con la valiosa tarea de cuidar a los niños mientras se define su futuro.
Sin embargo, surgió entonces una nueva irregularidad. Sin autorización alguna, el matrimonio que debía cuidarla entregó a M.J. a otra pareja, que soñaba con poder adoptar y que, incluso, integraba el Registro Único de Aspirantes a Guarda Adoptiva (Ruaga), recientemente creado en la provincia.
El vínculo con M.J. comenzó a profundizarse. Mientras M.J. crecía y comenzaba a ser consciente de los primeros eslabones de su vida, se fue generando una relación padres-hijo con este matrimonio.
Cuando finalmente la Justicia resolvió que una pareja de San Carlos estaba en condiciones de recibir a M.J. en guarda preadoptiva, estalló la polémica. El matrimonio que cuidaba de la niña se negó a entregarla. Hubo solicitadas periodísticas, se organizaron marchas frente a Tribunales. Pero finalmente, la pareja debió ceder. Entregó a la pequeña y apeló la decisión judicial.
La Cámara de Apelación en lo Civil y Comercial dispuso en los últimos días que M.J. volviera a manos de ese matrimonio. En sus argumentos, los camaristas resaltaron el vínculo generado entre la niña y la pareja y recordaron que “ante cualquier conflicto de intereses, el interés moral y material de los menores debe tener prioridad sobre cualquier otra circunstancia”.
Es que, si M.J. era arrancada del seno del que terminó convirtiéndose en su hogar, la pequeña volvía a perder. Así como perdió en su momento a su madre biológica. O tal vez peor, porque con casi tres años de vida es ahora plenamente consciente de las circunstancias que la rodean.
Los primeros años son cruciales para cualquier ser humano. Determinan una marca indeleble que suele marcar el resto de la vida.
Según la psicoanalista Elvira Dianno, miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL), “las primeras experiencias señalarán no sólo el modo de relacionarse con otros, sino con el mundo. Es un tiempo donde el cachorro humano necesita de una imago (*) humana y de cuidados durante un tiempo prolongado y donde esas voces, esos olores, esas palabras, ese modo de ser nombrado, acariciado, cuidado, alimentado, amado; darán sustento para desarrollar su inteligencia y sus afectos, su conciencia de sí y de los otros”.
De esta manera, la decisión de los camaristas parece ser ahora la más acertada.
Sin embargo, lo ocurrido con el caso de M.J. abre un abanico de preguntas inquietantes:
– ¿cómo es posible que el Estado demore casi tres años en seleccionar un matrimonio de posibles adoptantes, cuando existen alrededor de 900 parejas en la lista de aspirantes a recibir un niño?
– ¿cómo explicar que ningún organismo público realizara un seguimiento adecuado sobre la situación de M.J. mientras avanzaba este proceso?
– ¿qué hubiese pasado si la pareja que cuidó de la niña, sin pertenecer a la Asociación Hogares de Tránsito, no la hubiera tratado adecuadamente?
– ¿cómo reparar la angustia del matrimonio sancarlino que desde hace años integra una lista de posibles adoptantes y que fue privado de recibir a M.J., a pesar de haber cumplido con los pasos legales correspondientes?
Frente a la polémica desatada, esta pareja renunció a la posibilidad de adoptar a la pequeña, pero ¿qué hubiese sucedido si la hubieran recibido en su hogar a pesar de todo?
– ¿los camaristas hubiesen ordenado arrancárselas de las manos, para que la niña retornara con al matrimonio que la cuidó durante los últimos tiempos?
– ¿cómo garantizar que otros casos similares no estén sucediendo en estos momentos, sin que hayan tomado estado público?
– ¿qué antecedente deja sentado el caso de M.J.?, ¿tiene sentido aguardar años en una lista de posibles adoptantes para ser padres?
– ¿o es que existen atajos por fuera de la ley, como por ejemplo establecer un vínculo directo con un niño en condiciones de ser adoptado?
Y finalmente, ¿alguien se hará responsable frente a tantas desprolijidades?
A partir de ahora, la Justicia y el gobierno provincial deberán encargarse de encontrar y de transmitir públicamente las respuestas que pongan fin a tanta incertidumbre.
Sólo así podrá garantizarse el correcto funcionamiento del sistema.
Por el bien de las parejas que sueñan con adoptar un niño y, sobre todo, por el presente y futuro de tantos chicos indefensos.
(*) En el psicoanálisis, persona ideal que tiene su imagen en el progenitor de sexo contrario.