Al inaugurar oficialmente una nueva edición de la Exposición Rural, Hugo Biolcati ametralló al gobierno con sus palabras: en lo que duró su discurso, calificó al Ejecutivo de “confrontativo, soberbio y arrogante”, habló de “encuestadores barrabravas y funcionarios mitómanos”, recordó que “los hombres pasan y los gobiernos son un mero episodio”.
Es verdad que el kirchnerismo confronta, que suele actuar con soberbia y arrogancia. También es cierto que los hombres y sus administraciones pasan. Sin embargo, resulta por lo menos contradictorio que el mismo dirigente que acababa de utilizar términos tan duros, dijera inmediatamente que “sólo los autoritarios, los soberbios, los egoístas, descalifican al otro para dominar la escena”, y remarcara que “la sociedad ya no admite ese estilo crispado, arrogante y confrontativo”.
El presidente de la Sociedad Rural estaba asumiendo, entonces, la misma conducta que tanto se le critica al kirchnerismo. Acababa de pronunciar un discurso crispado, arrogante y confrontativo.
Es que no hay crispaciones, arrogancias y confrontaciones buenas o malas. La descalificación del otro es simplemente eso, no importa de qué lado del campo de batalla provengan las palabras descalificadoras.
Como era de esperar, la reacción llegó inmediatamente. Aníbal Fernández dijo que el discurso de Biolcati había sido “horroroso” y el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, comparó al dirigente ruralista con “Satanás celebrando la Misa de Gallo en Jueves Santo”.
El discurso de Biolcati pareció revelar que la decisión del sector rural es patear el tablero.
En 2008, el kirchnerismo se equivocó al elegir al campo como enemigo. Encerrado en la burbuja del poder, supuso que la mayoría de la población se plegaría detrás del aquel discurso de soja = yuyo y campo = 4X4. Sin embargo, no fue capaz de leer la realidad de pueblos del interior que sobreviven gracias a la actividad agrícola, que lograron industrializarse y sienten un profundo orgullo por lo que fueron capaces de hacer en medio de la pampa gringa.
Cuando comprendió su error, el gobierno intentó desviar la atención y evitó mencionar al campo entre sus enemigos de turno. El campo también bajó el tono de sus críticas, sobre todo porque a pesar de las retenciones el negocio rural volvió a ser rentable para la mayoría.
Con el correr de los meses y a poco del vencimiento de las facultades delegadas por el Congreso en el Poder Ejecutivo, las encuestas dicen que la imagen del kirchnerismo mejora de cara a las elecciones del año que viene. El discurso de Biolcati pareció tener un objetivo claro: provocar al gobierno para que éste reaccione agresivamente. ¿Es que, acaso, la idea es reeditar el escenario político que tanto desgastó al kirchnerismo y fortaleció a las entidades del agro?
Si ésta fuera la estrategia, el campo deberá comprender que está planteando un juego riesgoso. Es que la misma ciudadanía que en su momento rechazó el discurso arrogante y confrontativo de los Kirchner, puede rechazar ahora un discurso rural de características similares.
Con sus palabras, Hugo Biolcati actuó como un torero agitando su capote, tratando de encolerizar a toro y buscando que éste reaccione según sus instintos.
Lo que el campo no debería olvidar, es que el país no puede seguir funcionando según la lógica de una plaza de toros y que, en las corridas, aunque el toro muera, el torero no tiene garantizada la victoria.