En la Argentina de estos tiempos, no hay expresión social que no termine haciendo hincapié en la necesidad de encontrar caminos que garanticen un marco de convivencia, tranquilidad y diálogo. Y en este contexto, la inseguridad se ha convertido en un eslabón más de la cadena de violencia que parece mantener atrapado al país todo.
La problemática estuvo presente en la homilía del cardenal Mario Poli durante el Tedeum del último domingo. Y también formó parte esencial del documento que la Mesa del Diálogo entregó al gobernador Antonio Bonfatti en Santa Fe.
El estado de violencia permanente no se produce por casualidad. Entre otros factores políticos, sociales, económicos y culturales, el desarrollo del narcotráfico juega un rol esencial: la Argentina se ha convertido en el tercer exportador mundial de cocaína, y esto no sucedió de la noche a la mañana.
Ocurrió frente a la pasiva mirada de quienes tuvieron en sus manos la posibilidad de tomar decisiones, pero no lo hicieron.
Ya entre 2000 y 2006 fueron encontrados 80 laboratorios de cocaína en todo el país. Una cifra que se disparó exponencialmente durante los últimos cinco años, ya que desde 2009 a la actualidad la cantidad de droga decomisada en la Argentina creció un 638{e84dbf34bf94b527a2b9d4f4b2386b0b1ec6773608311b4886e2c3656cb6cc8c}.
Por lo general, el mito indica que la violencia se multiplica porque los consumidores de droga pierden el control sobre sus actos y delinquen para conseguir el dinero necesario para comprar estupefacientes.
Sin embargo, la verdadera violencia estructural, como la que se viene observando en el conurbano bonaerense o en la ciudad de Rosario, tiene otra explicación: en realidad, los que no dudan en acabar con las vidas de quienes se interponen en sus caminos suelen ser los señores de la droga y sus soldados. Es decir, los integrantes de los grupos mafiosos que pelean por territorios que representan mercados para su negocio.
En esa lucha territorial, no sólo están dispuestos a matar a cualquier contrincante, sino que además están decididos a comprar protección policial, política y hasta judicial para poder multiplicar sus ganancias. De hecho, cuentan con el dinero necesario como para hacerlo.
La corrupción alcanza, incluso, al sector de la burocracia estatal y privada. No es casual que la droga logre burlar los controles de Aduana en el norte del país, ingresar a través de aeropuertos y zonas portuarias. Nadie sabe a ciencia cierta cuánta droga se mueve, por ejemplo, a través de los puertos de Rosario y del Gran Rosario.
Las evidencias del problema son terminantes. La gran duda radica en saber si las medidas adoptadas para enfrentarlo son suficientes.