Que un jefe de Policía esté sospechado de ser cómplice del narcotráfico es gravísimo. Pero que las dudas recaigan sobre un ex viceministro de Seguridad, como Marcos Escajadillo, resulta agobiante para una sociedad vapuleada por un clima prácticamente irrespirable.
Si el nombre de Escajadillo fue mancillado injustamente, los responsables deberán responder ante la Justicia por tamaña insensatez. Pero si desde su puesto de funcionario transó con los narcos, tendrán razón quienes insisten en que el gobierno no logra controlar la situación.
Una parte de la clase política viene abordando el problema del delito con irresponsabilidad temeraria.
Mientras tanto, se hace imprescindible que la Justicia actúe con celeridad y eficiencia para determinar quiénes son culpables, y quiénes inocentes.
Lo que de ninguna manera puede ocurrir, es que continúe expandiéndose este ambiente de dudas y sospechas generalizadas.